Tengo ganas de gritar: el abogado de la familia de la víctima asegura que el sospechoso confesó que hace medio año secuestró, violó y botó a una joven mujer al hueco insondable de un basurero clandestino.
No lo puedo creer. ¿Un sátiro en la Costa Rica poco menos que declarada impoluta? Yo no soy juez ni abogado, pero me persigue la imagen de Sísifo, castigado por los dioses.
A Sísifo, lo veo por siempre tratando de subir, pero por el peso de su conciencia da tumbos para abajo y tiene que volver a empezar.
Bordeo el viejo mito, griego clásico, así como el libro-tesis de Albert Camus, de 1942. Allí, el filósofo-literato monta toda una defensa existencialista de la vida: absurda desde el principio.
Según él, para evitar el suicidio, única digna pregunta filosófica, cabe apuntar caminos para dignificar la vida, no eludirla, sino darle sentido.
El hombre rebelde ha de buscar una causa, una justificación por la vida. Pero muchos de nosotros, ni eso, abajo, en el hueco, vivimos sobreviviendo.
Debo decir desde luego que también discrepo del gran argelino, de sólida educación, mucho más humano que Jean-Paul Sartre, siempre desconfiado del otro, eterno amargado de la vida.
¡Sí, sí, la vida tiene mucho de “echado” al mundo, pero agarrémosla! Sí, con nuestras dos manos. ¿Me contradigo? No, asumo y construyo.
Juventud abandonada. Pero abramos los ojos, cada vez más observamos en nuestro entorno, sobre todo de jóvenes, gente que medio acepta la vida, mejor dicho medio la aguanta, sin agarrarla a brazo partido, asumiéndola con sus dos manos, brazos, piernas y cerebro.
Ellos mismos se echan esa pesada cuerda al cuello. Uno los ve, con los ojos desorbitados por nuestras calles, se atrofian. Son auto-Sísifos.
Por eso, sí, el domingo 6 de setiembre, de verdad que me gustó ver pasar a los jóvenes, a esas jóvenes sobre todo, de negro la mayoría, por la consigna interiorizada.
Se notaba en frases como esta: “No nací mujer para morir por serlo”, u otra, en letra clara, grande para que cunda el mensaje: “Hoy somos la voz de Allison y de todas las que nos faltan”.
Debe continuar ese grito, más allá de la exaltación y la rabia de un día. Por eso, si son tan amables, no canalicen su mensaje contra una u otra denominación religiosa. Son propuestas, caminos.
Guardemos, aunque sea ese asombro aristotélico por la vida misma, en afán de construir la vida, como milagro en sí, a continuar amorosamente. No quedemos abajo en el hueco, estériles auto-Sísifos.
Feminicidios. Ah, dolor, uno como varón se encuentra cada día más incómodo ante hechos de lo que, ni modo, es mejor describir con ese incómodo vocablo de feminicidio, por ser más preciso, dolorosamente.
Están fallando cada vez más cantidad de hombres, tantos borrachos y culposos de accidentes, hombres; y por las calles, hasta en las muy concurridas y céntricas, esos individuos, renegados de decencia, ya sin calzado y con cualquier trapo encima de la cabeza, recostados, como aquí en San Pedro.
Quien según el abogado de la familia de la víctima confesó el hecho es un canalla, vocablo que desde luego debemos relacionar con can, por perro.
Maldades humanas. Esa lacra de hombres con conducta de alanos, resulta universal, y pienso dolorosamente en un portento belga de esa especie deleznable, Marc Dutroux, que por mí, puede leer y releer a Camus, tratando, pero ya tarde, de darle un sentido a su vida.
Pero no olvidemos que también en nuestra “pacifica” Costa Rica hemos tenido, dentro de poco en otro doloroso aniversario, gente deleitándose con que un perro destroce a otro ser humano. Sobre el pobre nicaragüense se produjeron siete videos. ¡En qué hueco caímos!
Mis condolencias a la desdichada madre. Estamos 11 de setiembre, sí, el de las Torres Gemelas, pero también otro recordatorio del golpe en Chile.
Me dicen que no hay peor dolor para una madre que saber de la condición de “desaparecido” de un hijo o de una hija “desaparecida”.
Pero en términos de colectividad, procuremos entre todos superar ese diagnóstico grave. Tantos viviendo al estilo de Sísifo, al fondo de ese hueco, simplemente sobreviviendo. Salgamos de él, armados con valores.
El autor es educador.