¿Alguna vez hizo un alto en el camino de la vida para preguntarse de qué tamaño son sus «sueños»? ¿Qué quiere llegar a tener en el futuro? ¿Qué mañana desea para las personas más apreciadas? ¿Qué debe hacer para alcanzar esos «sueños»?
Los espacios de autorreflexión, que por lo general, y especialmente en tiempos líquidos, son tan escasos, están demostrado que no solo son importantes, sino también necesarios, y me atrevería a decir indispensables.
Lo que acontecerá en el futuro nadie lo sabe, pero, como solía afirmar el genio Albert Einstein, lo que podemos decir sobre el futuro «es que llegará», y esa sí es una certeza. Entonces, bajo la premisa de que llegará, lo propio de los seres humanos es no dejarlo al azar, sino construir el porvenir que queremos; sobre la base de que, como dice el maestro francés de prospectiva Michel Godet, el futuro vendrá «con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros».
Hay tres cosas que debemos tener claras a la hora de construir ese futuro: pensar diferente de como lo hacíamos en el pasado exigirá esfuerzo, disciplina y tener prioridades. Será necesario un marco ético para que no construyamos destrozando los sueños y aspiraciones de los demás.
Esa reflexión, que resulta indispensable para las personas, lo es también para las empresas, las instituciones y los países. El título de este artículo lo inspiró la lectura de una de las columnas de opinión de Thomas L. Friedman (23/2/2021), «¿Puede creer que esto está sucediendo en Estados Unidos?», publicada en The New York Times.
En su reflexión, Friedman dice que el país con el peor manejo de la pandemia, el país donde un estado de los más poderosos sufre un apagón por tener infraestructura deteriorada durante la peor tormenta de nieve y la gente debió hasta quemar parte de su casa para calentarse, el país donde un grupo de personas invadió el Capitolio, el país que se salió del Acuerdo de París, etc., ¿puede creer que sea Estados Unidos? ¿No vio venir Estados Unidos todo eso?
Friedman es un connotado autor de libros y artículos de los cuales se extrae una gran enseñanza sobre cómo aprender a pensar en el futuro, cómo retar el pensamiento lineal y asumir un cambio del modelo mental con que aprendimos a ver las cosas. Tiene varias obras que son clásicos en esta línea, como Thank You for Being Late, The World Is Flat y Tradición versus innovación, entre otros.
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Poca capacidad de anticipación. De acuerdo con lo argumentado por Friedman, estamos siendo sorprendidos por nuestros mayores temores, lo cual es sin duda una ironía, porque, si ya había señales del futuro, ¿por qué nos dejamos sorprender, por qué la capacidad de anticipación es tan básica?
Una posible respuesta a esas interrogantes podría encontrarse en el abandono sistemático de instituciones, empresas, sectores y familias a pensar a largo plazo.
Es lo que Boaventura de Sousa Santos llama el momento del «presentismo», y está relacionado con una obsesión humana de controlar todo cuanto le sea posible, y eso es solo factible en el presente. El pasado no es posible cambiarlo y el futuro aún no ha sucedido.
Esta forma de relacionarnos con el porvenir nos ha llevado a ser sorprendidos por él. Pese a que hemos tenido signos y señales sobre cómo se está configurando el futuro a partir de las decisiones de hacer o no hacer que estamos tomando hoy, nos convertimos en espectadores de cómo lo que temíamos que sucediera efectivamente pasa. Y, claro, mucha gente dice «ve, yo lo había advertido». Pero advertir sin actuar es convertirnos en víctimas del futuro.
Llevando esta idea al artículo de Friedman y parafraseando un poco, pensemos en hacernos la pregunta: ¿Puede creer que esto esté pasando en Costa Rica? ¿Puede creer que personas les quitan el lugar a otras para ser vacunadas contra la covid-19 antes de su turno? ¿O que en plena pandemia haya quienes hacen negocios poco transparentes con dispositivos médicos necesarios en una crisis sanitaria? ¿O que una gran cantidad de niños, niñas y adolescentes del país ganaron el curso lectivo 2020 sin aprender casi nada? ¿O que muchos jóvenes universitarios no tuvieron una adecuada conexión a Internet o ancho de banda suficiente para recibir una educación de calidad? Para no ampliar más esta lista, solo basta con decir que sí, todo eso está pasando en Costa Rica.
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Dejamos de estudiar el mañana. El ser sorprendido por el futuro está relacionado con haber dejado de estudiarlo de manera sistemática, no solo para fines académicos, sino también para incidir en él, en caso de que el futuro que se configura no nos resulte el que queremos para nosotros y las futuras generaciones.
Seguimos viendo señales del futuro y, como ayer, las contemplamos, pero con una débil o nula preparación para anticiparnos a acontecimientos. Existe claridad en que hay un aumento significativo de la desigualdad en el país, que se pierden posiciones en el índice de desarrollo humano, que se ha advertido sobre un colapso del sistema de pensiones, que hay regiones del país que serán seriamente afectadas por el cambio climático, que un 30 % de nuestra población entre 15 y 29 años corresponde a ninis, que se acrecientan las disparidades territoriales. Eso, entre muchas cosas; sin embargo, no hay anticipación; a lo sumo, reacción.
Hablar de todas esas señales no hará tampoco que cambie el futuro, pero lo que sí lo cambiará es planificar el desarrollo de manera diferente. Empecemos por las cosas más elementales, pero profundas: ¿Cuál es el país que aspiramos en el futuro? ¿Cuál es la empresa del futuro? ¿Cuál es la universidad, la institución, el territorio o la familia del futuro?
Esas preguntas, con una adecuada orientación metodológica, permitirán generar un diálogo aprovechando la experiencia y materia gris de sobra que hay en el país para conformar un conjunto de escenarios de futuros posibles a los cuales llegaría nuestro país, o de los cuales más bien debería alejarse.
El ejercicio de planificación crea el «puente» entre estudiar lo que podría suceder en el futuro y decidir qué hacer como país, empresa, territorio o persona.
El Estado debiera analizar participativamente qué pasará en el futuro para Costa Rica. Establecer un orden de prioridades, que sean pocas, como se recomienda, y luego decidir qué hacer. En palabras sencillas, cuáles políticas públicas deben estar en primer lugar, cuáles compromisos a corto, mediano y largo plazo, y empujar duro hacia ese mañana.
Cierro el artículo con las palabras que usa Friedman en su columna: «Solíamos soñar en grande. Ahora estamos pensando cada vez más a corto plazo». Nuestro país solía soñar en grande y debemos recuperar ese pensamiento, pero ahora en un mundo diferente, un mundo en la era del conocimiento.
El autor es docente de la UNA y la UCR.