El coronavirus cerró las puertas de las escuelas para más de mil millones de niños en todo el mundo. Debido a que la gran mayoría de ellos no ha podido hacer la transición a la educación en línea, los cierres de las escuelas ampliaron la brecha preexistente entre cuánto aprenden los niños ricos y cuánto aprenden los niños pobres.
Los desafíos son mayores en los países más pobres. En el África subsahariana, por ejemplo, aproximadamente uno de cada diez estudiantes tiene una computadora en casa y más de la mitad vive en hogares sin electricidad.
Las conexiones a Internet poco fiables, el acceso limitado a dispositivos móviles y los altos costos hacen que en dichos países el aprendizaje por medios electrónicos esté aún más fuera del alcance.
Incluso antes de la pandemia de covid-19, los países en desarrollo se enfrentaban a una crisis educativa grave. Hoy, el 53 % de los niños de los países de ingresos bajos y medianos no pueden leer ni entender una historia sencilla antes de cumplir los diez años de edad.
En los países más pobres, este porcentaje incluso llega al 80 %. A medida que se prolongan los cierres de escuelas, esta crisis corre el riesgo de convertirse en una catástrofe.
Las disparidades existentes empeorarán a medida que la pandemia debilite las economías. En el 2020, muchos países en desarrollo registrarán, por primera vez en más de dos décadas, tasas de crecimiento negativas.
La covid-19 podría empujar hasta a 100 millones de personas adicionales a la pobreza extrema, aumentando el riesgo de que se ponga a los niños a trabajar en lugar de que se les permita continuar sus estudios.
El impacto económico podría obligar a 24 millones de niños a dejar la escuela para siempre, y ello tendrá efectos a largo plazo, incluso en aquellos que sí regresen a la escuela.
El Banco Mundial calcula que el aprendizaje ya perdido como resultado de tener las escuelas cerradas durante cinco meses costará a esta generación $10 millones de millones en ganancias durante el transcurso de sus vidas.
Las niñas y las adolescentes son especialmente vulnerables. Cuando las escuelas de Sierra Leona cerraron durante ocho meses entre los años 2014 y 2015 con el propósito de coadyuvar en la detención del ébola, las niñas experimentaron tasas de deserción escolar comparativamente más altas.
Ello ocurrió a consecuencia de situaciones de embarazo adolescente, violencia doméstica y abuso sexual. Durante el próximo decenio, hasta 13 millones de niñas adicionales podrían verse forzadas a contraer matrimonio precozmente a causa de que sus progenitores confrontarán situaciones difíciles.
Debido a que los cierres de escuelas relacionados con la pandemia podrían ser duraderos o recurrentes, los encargados de formular políticas deben repensar de manera radical la forma cómo impartir educación para que todos los niños aprendan.
Si no se toman grandes pasos destinados a poner a los niños más marginados en el centro de nuestros sistemas educativos, el mundo corre el riesgo de perder a toda una generación a causa del analfabetismo, la ignorancia y la dependencia.
Sierra Leona está utilizando las lecciones aprendidas durante la crisis del ébola para proporcionar aprendizaje a distancia que sea inclusivo.
Debido a que solo el 13 % de los hogares del país están conectados a Internet, las estaciones de radio y televisión transmiten lecciones.
Los niños que viven en hogares sin conexión a la red han recibido materiales de aprendizaje impresos y el gobierno ha estado enviando alimentos a los hogares de más de 6.000 niños que normalmente comen su comida principal en la escuela.
Además, más de 143.000 estudiantes de primaria que regresaron a la escuela para prepararse para su examen nacional, que se llevó a cabo el 3 de agosto, recibieron arroz para llevar a casa.
En su calidad de miembros de la Alianza Mundial para la Educación (AME), Sierra Leona y otros países afectados por el ébola han estado compartiendo sus experiencias con otros países en desarrollo. Y, junto con el apoyo del fondo de respuesta para la covid-19 de la AME, los gobiernos están implementando soluciones de aprendizaje a distancia que se centran en los más marginados.
En Guinea, los programas ordinarios de educación están sazonados con mensajes destinados a prevenir la violencia de género y promover la educación de las niñas.
Las autoridades de Zambia están distribuyendo radios que funcionan con energía solar para que los niños que viven en hogares sin electricidad sintonicen las lecciones; asimismo, los estudiantes con discapacidad visual de Tanzania reciben libros de trabajo en braille. Y, en Myanmar, los maestros están aprendiendo a brindar apoyo psicosocial y asesoramiento a estudiantes que sufren a consecuencia de traumas o estrés.
Sin embargo, no podemos detener nuestros esfuerzos en únicamente trabajar a favor de una educación a distancia que sea inclusiva.
Cuando las escuelas vuelvan a abrir sus puertas, los países en desarrollo deben transformar sus sistemas educativos con el propósito de romper las profundamente arraigadas desigualdades (y que son desigualdades que se extienden mucho más allá de la escolarización) en lugar de perpetuarlas.
Para garantizar que las niñas más pobres tengan las mismas oportunidades educativas que los niños varones más ricos, los gobiernos deben otorgar exoneraciones de pagos escolares, proporcionar comidas y cubrir gastos con el fin de que las familias con los ingresos más bajos puedan mantener a sus hijos en la escuela.
Los niños de las zonas rurales, especialmente las niñas, necesitan transporte para llegar a sus aulas de forma segura. Las adolescentes embarazadas y las madres jóvenes necesitan opciones que les feliciten retornar a la escuela y continuar su educación. Además, los profesores necesitan formación y apoyo para que todos sus alumnos aprendan.
Si bien los gobiernos se enfrentan a la recesión económica más profunda que la memoria puede sacar a colación, deberían también recordar que muy probablemente una población con altos niveles de educación será su recurso más valioso a medida que sus países se recuperen de la pandemia y enfrenten desafíos en el futuro.
En julio, una coalición de organizaciones internacionales y locales lanzó la campaña #SaveOurFuture para poner de relieve las formas cómo el daño a los sistemas educativos obstaculizará el progreso hacia el logro de los 17 objetivos de desarrollo sostenible.
Los gobiernos deben proteger los presupuestos de educación para poder mitigar los efectos a largo plazo de la pandemia en los niños.
La comunidad internacional debe apoyar a los gobiernos al mantener la ayuda a la educación y a brindar alivio de la deuda, de manera que los países más pobres puedan invertir en el futuro de sus hijos, en lugar de recortar el gasto en educación cuando más se necesita.
A menos que actuemos ahora, la brecha total de financiamiento para la educación en países de ingresos bajos e ingresos muy bajos, que actualmente se sitúa en los $148.000 millones al año, podría aumentar en un 30 % debido a la crisis.
La inclusión radical no es fácil, pero sí es posible. A medida que el mundo emerge de la pandemia, debemos centrarnos en transformar los sistemas escolares y derribar las barreras que nos impiden proporcionar una educación de calidad para todos y cada uno de los niños del mundo.
Alice Albright: es directora ejecutiva de Global Partnership for Education.
David Moinina Sengeh: ministro de Educación Básica y Secundaria Superior y director de innovación de la República de Sierra Leona, es miembro de la Junta Directiva de la Alianza Mundial para la Educación.
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