Las concertaciones y los acuerdos nacionales son el deseo de sindicatos, empresarios en condición oligopólica, cooperativistas y otros grupos de interés para imponer en las decisiones de alcance nacional sus nociones comunes de excepcionalidad. Ya Esopo lo había adelantado en la fábula “El caballo, el ciervo y el cazador”.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt la citan en su libro Cómo mueren las democracias, en al capítulo “Alianzas fatídicas”.
Un caballo desea vengarse de la ofensa de un venado y empieza a perseguirlo. Como no puede alcanzarlo, pide ayuda al cazador.
Este, astuto como el que más, alega poder hacerlo solamente colocándole un hierro entre las mandíbulas para guiarlo con la rienda. Además, le ajusta la silla de montar.
El caballo accede, y juntos vencen al ciervo. Entonces, el caballo dice al cazador: “Ahora apéate de mí y quítame esos arreos del hocico y el lomo”.
¿Qué respondió el cazador? “No tan rápido, amigo, ahora te tengo tomado por la brida y las espuelas y prefiero quedarme contigo como regalo”.
Esa es la razón por la cual será difícil, por no decir imposibilísimo, conseguir mediante el plan Costa Rica Escucha, Propone y Dialoga un despertar de la conciencia de quienes desempeñan una ocupación protegida por los tres poderes del Estado y blindada legal y hasta salacuartalmente. A lo largo de los años han llevado la brida.
Ni tan domesticados. Los ilusos están demodé. Los sindicatos no propondrán eliminar los pluses, las horas extras, los salarios con sobreañadidos, y los cooperativistas jamás nunca accederán a perder las exoneraciones.
Los azucareros, arroceros, taxistas, autobuseros y otros hijos protegidos del Estado, desde años ha, tratarán de mantener su cuarto propio.
“La frugalidad, para amarla —ya lo dijo Montesquieu— es necesario gozarla. Y no serán ciertamente los hombres corrompidos por las delicias los que la amen”.
Para resolver los problemas nacionales debe buscarse un mecanismo alejado de “lo pensaré mañana” (Lo que el viento se llevó) o de deuda sobre deuda (Madame Bovary) tan propios de épocas superadas.
Escuchar, proponer y dialogar necesita básicamente un mix de interlocutores compuesto por quienes generan riqueza y puestos de trabajo —los empresarios— y quienes están facultados para generar los cambios, los diputados (esto último también es de Montesquieu). El resto sale sobrando.
Profesionales necesarios. Si los tres ejes del programa presentado por la vicepresidenta Epsy Campbell son finanzas públicas, una propuesta para las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), reactivación económica y creación y protección de empleos, no se ve por ninguna parte dónde calzaría una olla de grillos.
Los problemas apuntados tienen un mismo origen, el austericidio, y precisan de conocimiento económico y financiero, de fórmulas eficaces en lo inmediato y con miras a largo plazo.
El empleicidio es más difícil de revertir. Resucitar los trabajos de una buena parte de los 551.000 destruidos se consigue mediante una obra de reingeniería educativa porque las habilidades no se adquieren de la noche a la mañana.
Ni siquiera hay lugares adonde ir a solicitar un puesto debido al cierre de oportunidades inherente a la ideología contra la empresa privada, iniciado en el gobierno de Luis Guillermo Solís, y a la desidia de algunos educadores, pues el producto entregado a la sociedad es de malísima calidad, tanto que genera deserción.
La mala educación era una epidemia antes de la crisis causada por la covid-19, y ahora está en coma.
El llamado a “escuchar, proponer y dialogar” es un despropósito. En ningún país los gobernantes eluden sus responsabilidades ganando tiempo mediante procesos burocráticos cuyo destino es la nada. Es tiempo ganado para no cumplir el contrato social.
Caminos democráticos. En la Constitución, base sobre la cual reside la democracia, nada dice de mesas de diálogo, llamamientos a enviar propuestas por correos —ya sea en mula o por medios electrónicos— ni en código morse.
Por eso el hombre no podía quedarse en estado primitivo, observó Rousseau, y buscó y encontró una forma de asociación que defendiera y protegiera “con toda la fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado y por la cual, uniéndose cada uno a todos no obedeciera, sin embargo, más que a sí mismo y permaneciera tan libre como antes. Tal es el problema fundamental, cuya solución da el contrato social”.
En la Constitución Política está la receta: la primera y la última palabra para gobernar. De seguir mancillándola y teniéndola de adorno, el cazador nunca se bajará del caballo.
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La autora es editora de “Opinión” de La Nación.