Diversos estudios demuestran que la presencia de mujeres en puestos de jerarquía y de toma de decisiones hace que las niñas y las mujeres jóvenes mejoren su rendimiento académico, eleven sus aspiraciones y luchen por alcanzarlas.
Por otra parte, la participación femenina en el quehacer político produce diferencias en las prioridades de gasto de los gobiernos. En un mundo diseñado y operado sobre parámetros masculinos, contar con directoras de instituciones proveedoras de servicios, diputadas, ministras y jefas de Gobierno tiende a propiciar un entorno más equitativo e inclusivo para todas las personas en infinidad de áreas, como salud, transporte público, educación, diseño urbano, seguridad y acceso a oportunidades, entre otras.
Las mujeres deben primero convertirse en candidatas para poder ser elegidas en cargos de poder. Eso implica pasar varias etapas que incluyen lidiar con las barreras de participación en su entorno inmediato y, luego, dentro de los partidos políticos.
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En esa primera fase de selección interna de candidaturas, enfrentan obstáculos, como estereotipos de género, que las consideran menos competitivas y menos calificadas (a pesar de que hay evidencia de que son tan elegibles como los hombres); prácticas partidarias de reclutamiento que rutinariamente pasan por alto el talento femenino; acceso desigual a posiciones de poder en la estructura partidaria y a financiamiento para sus carreras políticas; la desventaja inicial de competir contra quienes ya ostentan el cargo en disputa (incumbent) y buscan reelegirse, que hoy son abrumadoramente masculinos.
Cuanto más igualitaria es una sociedad, tanto en las esferas públicas como en las privadas, más altas son las posibilidades de participación política de las mujeres; el efecto sucede a la inversa también. Según la experta Pippa Norris, las sociedades en que predomina una cultura de igualdad de género proporcionan el clima necesario para que los derechos reconocidos en el papel se traduzcan en derechos reales en la práctica. La cultura compartida entre hombres y mujeres en torno a las actitudes, valores y creencias sobre la división apropiada de los roles sexuales desempeña un papel crítico en las oportunidades de movilidad de las mujeres.
Sedimento del patriarcado. Desafortunadamente, la evidencia también muestra que si bien en las sociedades occidentales, especialmente las más desarrolladas, han disminuido las visiones patriarcales y sexistas que ven a las mujeres como inadecuadas o demasiado emocionales para participar en la toma de decisiones, esos sesgos no han desaparecido totalmente.
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Por otra parte, aun cuando los valores culturales y sociales permean las instituciones políticas, no son los únicos factores determinantes en restringir o fomentar la participación política femenina. Hay otros. Por ejemplo, ¿hay correlación entre el PIB per cápita y el nivel de desarrollo humano con el grado de participación política femenina? ¿Se puede afirmar que el mayor acceso a educación superior y al mundo laboral y profesional ha generado mayor oferta o demanda de mujeres en política? Según Norris, Sheri Kunovich, Pamela Paxton y Magda Hinojosa, cuando se analizan por separado, dichas variables no explican las tasas de representación política femenina y, particularmente en América Latina, no explican las diferencias entre los países de la región.
Por otra parte, si bien más mujeres son elegidas en sociedades católicas y protestantes, comparadas con musulmanas y ortodoxas, la religión resulta irrelevante cuando se combina con otros factores como el sistema electoral, las cuotas de género legales a escala nacional o voluntarias a escala partidaria, la antigüedad de la aprobación del sufragio femenino y de la introducción de reserva de escaños legislativos para mujeres.
Los organismos electorales desempeñan un papel fundamental en la incorporación de la perspectiva de género, en el empoderamiento de las mujeres y en la creación de un entorno propicio para lograr más participación femenina en la política. Como el caso de Costa Rica demuestra, tener un tribunal electoral independiente y proactivo es imprescindible para el asentamiento de prácticas inclusivas; claro está, no es suficiente.
Diversos estudios apuntan a que son los partidos políticos los filtros (gatekeepers) determinantes de las candidaturas femeninas. Son varias las causas que determinan las probabilidades de que estos seleccionen candidatas, como cuán centralizado o abierto es el proceso de selección dentro del partido, el nivel de institucionalización partidaria y, en menor medida, la ideología.
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En cuanto al proceso de selección interna de candidaturas, Hinojosa sostiene que cuando hay elecciones internas abiertas que requieren autonominación de las personas, hay menos probabilidades de que participen y sean elegidas mujeres, pues suelen ser renuentes a proponer sus propias candidaturas. Por su parte, la selección centralizada de candidaturas puede ser beneficiosa, ya que diluye el poder de las redes partidarias, usualmente dominadas por hombres que tienden a preferir candidatos como ellos y que sean parte de sus redes. Por ende, cuantas más mujeres en las estructuras partidarias selectoras y en la militancia, más probabilidades de que haya candidatas para los diversos puestos de elección popular.
Práctica por requisito legal. Los partidos con mecanismos de selección altamente institucionalizados únicamente favorecen más candidatas cuando aplican cuotas de género, tanto si las adoptan voluntariamente como si son legalmente obligatorias. En Costa Rica, el efecto de las cuotas por vía legal ha facilitado alcanzar la paridad de género en el Congreso. Sin embargo, la presencia femenina a la cabeza de papeletas municipales y presidenciales sigue siendo bajísima. Esto permite concluir, según las investigaciones, que los partidos están dispuestos a conceder a las mujeres el acceso a las papeletas primordialmente por mandato legal, no tanto por convicción.
En cuanto al efecto de la ideología, Kunovich y Paxton creen que los partidos de izquierda son más propensos a nominar candidatas por su usual adhesión a los dogmas igualitarios y por compartir vínculos históricos con los movimientos femeninos, mientras que los partidos de derecha tienen una visión más conservadora del rol público y privado de la mujer. Pero esta creencia es debatida por otras científicas.
Una investigación sobre Latinoamérica muestra diferencias significativas entre los países desde los 90, que no puede ser explicada por la afiliación ideológica. Por ejemplo, durante la llamada marea rosa latinoamericana, entre los partidos de izquierda suramericanos la representación legislativa de las mujeres solo aumentó dramáticamente en el gobierno de Morales (Bolivia); pero ese no fue el caso en otros de izquierda, como el de Chávez (Venezuela), Bachelet (Chile) y Da Silva (Brasil). En Chile, la izquierda nominó más candidatas, pero los partidos de derecha fueron los que eligieron más mujeres. En Centroamérica, excepto en Nicaragua, los partidos de izquierda no eligen más mujeres. Asimismo, no todos los gobiernos de izquierda han instaurado cuotas de género. Según Hinojosa, para entender la representación política de las mujeres, las explicaciones ideológicas son menos útiles que las que ofrece el estudio del proceso selectivo de candidaturas, en particular en ausencia de partidos fuertes.
Dado que los partidos son los filtros determinantes para la selección de candidaturas y su posterior elección, las expertas en género y política electoral consideran ineludible señalar el rol de las élites femeninas. ¿Cómo pueden estas ayudar a otras mujeres a ascender en la estructura partidaria, a convertirse en candidatas y a ser elegidas?
En primer lugar, las élites femeninas deben tomar conciencia de los sesgos y barreras para la participación política femenina y de su responsabilidad en revertir las prácticas discriminatorias. Deben informarse al respecto para estar en capacidad de combatir mañas excluyentes arraigadas, como la toma de decisiones clave en las mesas de tragos donde las mujeres suelen estar ausentes; estereotipos y mitos, como el de que las mujeres candidatas son un pasivo para sus partidos.
También, deben asegurarse de que el partido coloque mujeres encabezando papeletas tanto en las provincias (y cantones en elecciones municipales), donde hay posibilidades de ganar, como de perder. Es decir, deben cerciorarse de que las candidatas femeninas sean colocadas en posiciones elegibles y que el partido les dé acceso equitativo al financiamiento para sus postulaciones. Es fundamental que las mujeres en posiciones de liderazgo conozcan y comprendan el sistema electoral para aprovechar las oportunidades disponibles a favor de la promoción de otras mujeres. La experiencia de México sobre el papel determinante de las élites políticas femeninas es esclarecedora e inspiradora.
La oferta política de once precandidatos, todos hombres, por el primer partido en llevar a una mujer a la presidencia del Congreso, a la vicepresidencia y a la presidencia de la República, tristemente ilustra todo lo aquí expuesto. Espero que la lista encienda luces rojas entre la dirigencia y la militancia de ese y de todos los partidos que presenten candidaturas a la presidencia en la próxima campaña.
La autora es activista cívica.