Los resultados de las últimas pruebas PISA revelan una verdad incómoda pero incontrovertible: diversos indicadores apuntan a un marcado deterioro de la calidad de la educación a pesar de la friolera de recursos que le hemos metido en la última década.
El presupuesto del MEP creció en 163% en términos reales desde el 2006. En diez años, el gasto educativo pasó del 4,65% al 7,77% del PIB. No hay otro rubro presupuestario que haya aumentado tanto. La clase política nos vendió este incremento –a pesar de ser financieramente insostenible– como una “inversión” que traería réditos a mediano plazo. Incluso en el 2013, el entonces ministro del ramo, Leonardo Garnier, ya cantaba victoria al afirmar que esta inversión “claramente está dando resultados”. “Pregúntenles a los profesores, todos están contentos por los cambios logrados en educación”, dijo un año antes.
Pero esta no es una cuestión de simplemente preguntarles a los profesores. Existen distintas evaluaciones que apuntan a que la calidad educativa más bien está disminuyendo. Un estudio de la Unesco hace dos años encontró que el nivel de lectura y matemáticas en los escolares cayó en el período 2006-2013. Las pruebas PISA realizadas en el 2015 también muestran un deterioro relativo en matemáticas, ciencias y lectura con respecto al 2012. Incluso algunas reformas consideradas innovadoras podrían estar siendo contraproducentes. Por ejemplo, un estudio del BID del 2015 con estudiantes de sétimo año descubrió que el uso de tecnología en las aulas más bien tenía efectos negativos en el proceso de aprendizaje.
Es comprensible que los resultados de esta “inversión” educativa no puedan verse de la noche a la mañana. Pero aquí lo que estamos atestiguando no es estancamiento, sino retrocesos. Además, en el caso de PISA, Costa Rica obtiene peores resultados que otros países que invierten menos por estudiante, como Chile y Uruguay. Así que no es una cuestión de gastar aún más, como no pocos desearían. Y quizás ahí esté la clave del acertijo: nuestra clase política se ha obsesionado con ver al aumento en el gasto educativo como un logro en sí mismo, y no le ha prestado mayor atención a los resultados. De hecho, esta fue la conclusión de un informe reciente de la OCDE que fue olímpicamente ignorado por las autoridades.
Abandonemos el fetiche de gastar más y concentrémonos en mejorar la calidad de la educación. Introducir evaluaciones a los educadores sería un buen primer paso.