Preparémonos. Llegó setiembre, mes de la patria y, de feria, en este 2021, mes del bicentenario de la independencia, o sea, setiembre al cuadrado. Preparémonos, pues, para una andanada de discursos patrióticos, en fila india y sin parar, como los villancicos de Navidad que, sin pausa, ponen los comercios durante todo el día durante los meses de fin de año.
Se vienen las voces engoladas, los discursos cargados de adjetivos y las disquisiciones sobre el futuro de la patria. Sospecho que habrá pocos podios para tanta elocuencia. No faltarán las inevitables alusiones a los «abuelos» sabios, comprensivos y tolerantes que supieron, con gran armonía, legarnos esa sociedad democrática, pacífica, verde e innovadora que somos hoy. ¿O hay quien lo dude? Y si la historia real, la de carne y hueso, no fue así, pues peor para ella, que no andamos para estar haciendo olas.
No está claro a quién se le ocurrió la ingeniosa frase «nunca dejes que la verdad estropee una buena historia». Quien lo haya hecho, y eso está en disputa, dijo una gran verdad. ¿Quién no ha estado en funerales en los que todo el mundo habla maravillas del muerto, aunque haya sido un crápula? Las historias tienen, muchas veces, un poder balsámico del que carecen los hechos puros y duros. Y es mejor hacer pensar a los demás que uno cree en la versión idílica de nuestro devenir, pues, ¿para qué comprarse pleitos?
Es, entonces, el mes de «setiembre al cuadrado» y a mí me sigue intrigando una pregunta que formulé hace casi quince años, en pleno pleito del referendo del TLC con Estados Unidos. En esa ocasión, lo admito, no fue muy bien recibida. Hoy, más viejo y arrugado, la reitero porque aún no he oído una buena respuesta. Es esta: entre tanta efeméride del bicentenario, ¿para qué es que queremos seguir siendo una nación independiente?
Una respuesta sincera sería: para tener una selección de fútbol y jugar los mundiales. Sincera, pero insuficiente, creo yo. Insisto: ¿Qué es eso que queremos ser que, como sociedad, solo podremos lograr siendo país independiente? Un buen reto sería hurgar en nosotros mismos para encontrar alguna razón de fondo. Parafraseando la historia bíblica de Lot: no me den 50 razones, con una basta. Imagino que quien la encuentre podrá dar una visión del futuro que, entre tanto ruido, crisis y correcorre, ha quedado peligrosamente eclipsada.
El autor es sociólogo.