Una sombra ética permanente acompaña el desarrollo civilizatorio. Avances científicos y tecnológicos ya se traducen en una revolución agrícola que tiene la capacidad de erradicar completamente las carestías del orbe.
Pero la ética viene con rezago de la técnica y la codicia prevalece sobre la solidaridad. Eso nunca ha sido más cierto que ahora.
No es algo nuevo. Ya en 1821, Percy Shelley condenaba una civilización que avanzaba indiferente al dolor: “Tenemos más conocimientos científicos y económicos que los que necesitamos para una distribución equitativa de los productos que multiplican”.
Tenía toda la razón del mundo. La política es el condensado de la ética social y, como tal, responsable de la redistribución de la riqueza, no la ciencia o la economía.
La seguridad alimentaria no puede ser garantizada país por país y de forma aislada. Por eso, las condiciones de intercambio comercial inciden en la alimentación.
Ya en la Roma antigua, el trigo de Egipto aseguraba la paz social. Por eso mismo, la reconciliación internacional, marcada por la caída del muro de Berlín, en 1989, y el surgimiento de la globalización crearon condiciones históricas idóneas para que la humanidad pudiera plantearse superar el gran desafío histórico del hambre. Fue el bono de la paz.
LEA MÁS: Un enjambre de sismos geopolíticos
Programa de la ONU
El encadenamiento de una producción internacional complementaria y articulada de alimentos abrió la puerta a la más amplia distribución de la historia.
La globalización y su subsiguiente crecimiento de economías y empleo crearon condiciones de entendimiento y cooperación entre los pueblos.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, concebido para la total erradicación del hambre, fue su más emblemático corolario. En algunas partes del mundo, el hambre se redujo; en otras, incluso se erradicó.
Las Naciones Unidas pudieron vislumbrar un amplio programa de desarrollo humano para todas las naciones de la tierra y lo plasmaron en ocho emblemáticos desafíos del milenio. El primero fue erradicar la pobreza y el hambre.
Era un proceso ético civilizatorio nunca antes concebido por la depredadora especie humana. Fue uno de los instantes en que la humanidad más brilló, al menos retóricamente.
LEA MÁS: Hay que poner fin a la guerra de desgaste en Ucrania
Causas internas y externas
El sueño, basado en la concordia, se vio estimulado o dificultado por la política concreta de cada país. Adecuadas políticas redistributivas, sobre todo en China, sacaron de la pobreza a centenares de millones de personas y erradicaron el hambre.
En otros lares no tuvo el mismo impacto. Políticas neoliberales debilitaron la capacidad redistributiva estatal. En algunas partes, hubo proteccionismo; en otras, desregulación.
Tendencias mercantilistas se generalizaron y dejaron a las fuerzas ciegas del mercado el combate de la pobreza y la erradicación del hambre.
Dos grandes aprietos externos a la política llegaron a contracorriente de los mejores propósitos colectivos. El impacto negativo del cambio climático afectó, primero, a la producción de alimentos. Inundaciones en China están ocasionando la peor cosecha de trigo de invierno de su historia.
Una sequía en Estados Unidos y Europa amenaza la producción de trigo. Temperaturas monstruosas de 50 °C marchitan el trigo en la India y Pakistán. Los factores climáticos hacen más escaso el pan en la mesa.
Pandemia y guerra
Luego vino la covid-19. En sus vísperas, todavía 100 millones de seres humanos no cubrían sus necesidades alimentarias básicas, según The Economist (19/5/2022).
En dos años de pandemia, la cifra se duplicó. Parálisis económica, desempleo, disminución de ingresos, disrupción de cadenas de producción de insumos agrícolas y crisis del transporte se combinaron para agravar la seguridad alimentaria internacional. Esa era una tormenta casi perfecta. Para completar su furia, faltaba el huracán de la invasión rusa a Ucrania.
Rusia y Ucrania son los grandes graneros del mundo. Casi el 30% de las exportaciones mundiales de trigo, el 18% del maíz y más del 70% del aceite de girasol están bloqueados por el conflicto.
Esos tres alimentos son componentes esenciales del índice de precios de productos básicos de la FAO. Ucrania sola satisface más de la mitad del trigo del PMA.
Con impactos planetarios multidimensionales, a corto y largo plazo, las secuelas de esta guerra tienen un dramático impacto inmediato en el agravamiento del hambre. Mientras el hambre azota a los pobres del mundo pobre, los cereales se pudren en Ucrania.
Repercusiones
La guerra afecta de forma directa la distribución de alimentos. Pero sus impactos indirectos son también graves. En insumos agrícolas y alza de combustibles es evidente su efecto negativo.
Rusia es la principal productora de fertilizantes y segunda de petróleo. De igual relevancia es la repercusión económica general de la guerra en las dificultades de acceso alimentario: disminución de actividad económica, disrupción del comercio, restricción del empleo y reducción de ingresos dramatizan la capacidad adquisitiva de los hogares más vulnerables.
Los países menos desarrollados tienen muy limitados instrumentos de política pública para contrarrestar la crisis alimentaria en ciernes. La inflación generalizada endurece las condiciones financieras de países pobres y endeudados.
La presión sobre sus monedas encarece aún más la importación de alimentos. Y ahí surge un círculo vicioso que en Costa Rica conocemos muy bien: alimentos encarecidos por la depreciación monetaria recrudecen más la inflación e impulsan políticas monetarias que tornan más onerosos los créditos para insumos agrícolas. Es de no acabar.
Optar por no subvencionar los alimentos y apuntalar la moneda aumenta el malestar social. Y lo peor es que suele ocurrir de todo: el crédito se encarece, la moneda se devalúa, se pierden reservas y alimentarse es cada vez más caro.
Fortalecer el comercio
Nada extraño es que el índice de precios de los productos básicos de la FAO esté hoy por encima de sus máximos históricos en 60 años. Una verdadera catástrofe. Y mientras Estados Unidos otorga ayuda militar por $40.000 millones a la defensa de Ucrania, en ayuda alimentaria le ofrece solo $1.500 millones. ¡Escandaloso contraste de prioridades!
Los representantes de las multinacionales fueron unánimes, en Davos, en sus preocupaciones por una globalización que se desacopla. ¡Ojalá se equivoquen!
“Se necesita un mundo para alimentar a un mundo, y la forma en que el mundo lo hace es a través del comercio”, plantea The Economist. No sé cuántas más razones se necesitan para entender que esta guerra debe parar.
Pero la geopolítica tiene razones que la ética no entiende. Estamos ante un “colapso del sistema alimentario mundial”, dice el secretario general de la ONU.
La angustia de una alimentación inalcanzable debería estar por encima de toda agenda. Solo la paz en Ucrania podrá frenar la espiral inmoral de hambre en el mundo.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.