Es imposible no simpatizar con la voz estelar del perifoneo costarricense después de conocer a la persona detrás de la grabación utilizada por los chatarreros para convocar a los “estimados vecinos”. La simpática mujer encarna una tradición de valores familiares y dedicación al trabajo. El origen del audio está vinculado con las arduas faenas de su padre, chatarrero como los compradores de la cinta grabada por la hija y escuchada en todo el país.
La actividad de los chatarreros, en un país donde el reciclaje está en pañales, algo tiene de aporte a la ecología. La grabación utilizada para recoger desechos también releva a los choferes de difundir personalmente el mensaje y así contribuye a la seguridad vial.
La recolección de chatarra es un trabajo honesto en tiempos de desempleo y, como lo señala con ingenio un reciente reportaje de La Nación sobre la voz de los recolectores de chatarra, es parte de la banda sonora de las calles costarricenses. También es ilegal, y no toda la contaminación sónica tiene detrás un personaje tan agradable como la protagonista de nuestro reportaje.
El perifoneo es una mala costumbre, invasora del derecho ajeno al descanso, el sueño de los niños y el cuidado de los enfermos. Se suma a otras fuentes de ruido injustificado para afectar la calidad de vida en las ciudades. Hay parlantes frente a las tiendas para atraer con estridencia a los compradores. Hay tubos de escape recortados para crear al conductor de la moto la sensación de potencia y velocidad. Hay picones con motores alterados para convertir en fuente de escándalo el motor pacientemente diseñado para operar en silencio por algún ingeniero japonés.
Si aceptamos el bullicio como elemento integral del folclor, la coherencia manda a eliminar las prohibiciones legales. A nadie se le ocurriría imponer multas a marimbas y güipipías, aunque ni para ellos hay licencia cuando lastiman ese derecho ajeno identificado por Juárez con la paz.
A la paz tenemos derecho todos, cuando menos en nuestros hogares. Los legisladores lo comprendieron a la perfección cuando aprobaron normas para limitar el escándalo. Las autoridades de salud y policía no parecen tener el mismo entendimiento a la hora de aplicar la ley, y a eso se debe la tentación de confundir el desorden con el folclor. Si no podés derrotarlos, unite a ellos, parece decir la ciudadanía resignada, pero así nunca tendremos el país que queremos y quizá, algún día, mereceremos.
agonzalez@nacion.com
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.
Laboró en la revista Rumbo, La Nación y Al Día, del cual fue director cinco años. Regresó a La Nación en el 2002 para ocupar la jefatura de redacción. En el 2014 asumió la Edición General de GN Medios y la Dirección de La Nación. Abogado de la Universidad de Costa Rica y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia, en Nueva York.
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