Una luna verde sobre el horizonte sería noticia de primera plana; un perro azul, también; y lo mismo supongo en el caso de un león parlante. Suena raro, ¿no?, pero la verdad es que todos hemos visto lunas verdes, perros azules, leones parlantes en una fábula, una vieja caricatura, un museo o en nuestros sueños.
A veces, incluso, estos personajes pueden formar parte de nuestros recuerdos más queridos, esos que modelan nuestra propia identidad —la manera como nos vemos y entendemos—, pues evocan sensaciones, emociones y pensamientos que abrazamos con ternura.
Podría pensarse que la falta de noticias de primera plana sobre loros sabihondos y camellos trilingües se debe a que, a fuerza de haber sido vistos por casi todo el mundo, ya no llaman la atención de nadie.
Sería una conclusión lógicamente intachable y factualmente correcta, pues la verdad es que nadie arquea siquiera una ceja por acontecimientos que se ven todos los días. Por ejemplo, nadie toma nota sobre los pequeños actos diarios de bondad, que sostienen a tantas vidas.
Y, sin embargo, imagino la conmoción que se armaría cuando veamos al perro azul discutiendo filosofías con el león parlante o inscribiéndose como nómadas digitales, ahora que el país abrió esa oportunidad.
¿Qué es, entonces, lo real-real, si una parte de lo que hemos visto y escuchado no pertenece a ese mundo? ¿Existe la realidad o no es más que uno de tantos juegos lingüísticos posibles, todos basados en el manejo de las percepciones y en la capacidad de persuadir a los demás de que algo, aunque cueste aceptarlo, está “ahí”?
Son preguntas para filósofos, sin duda, expertos, como son, en elucubraciones profundas. Sin embargo, no son importantes solo para ellos, sino para toda persona que navegue por este valle de lágrimas. No hablemos ya de animales parlanchines, sino de cosas prácticas como estas: si alguien me ofrece un retorno de la inversión del 20% anual, cero riesgos, ¿debo creerle o me está ofreciendo una luna verde? Si alguien me golpea y dice que no lo ha hecho, ¿lo hizo? ¿Le creerán los demás?
El tema es urgente, particularmente en política, donde habita tanto perro azul y tortuga voladora, un mundo en el que uno más uno nunca es dos, pues ni siquiera hubo un uno para empezar. ¿Mi criterio de verdad? No fijarme en los discursos, ni siquiera en los “hechos”, sino en las consecuencias observables. Ahí, muere la flor.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.