Mañana, 20 de enero del 2021, tomará posesión Joe Biden. Aunque quisiera, no podría afirmar que con él comienza un sueño y termina la pesadilla. Estados Unidos es una caldera en ebullición. El país entero está fragmentado. Jamás en su historia se aglomeraron tantas fuerzas centrífugas. Desigualdades de ingresos, de oportunidades y de perspectivas de progreso se acoplan a brechas territoriales y asimetrías educativas. En ese caldo, ya de por sí explosivo, se fermenta una fallida superación cultural del racismo heredado de la esclavitud.
En esos componentes se reconoce la inmensa base de votantes de Trump: blancos, rurales, de bajo nivel educativo, escasa empleabilidad, desacoplados del cosmopolitismo moderno y cargados de atavismos racistas exaltados por el miedo a perder su hegemonía. Eso existía antes de Trump. Pero la llegada de un caudillo populista azuzó sus peores instintos y catalizó el sustrato vago de dolencias sociales y culturales que con él se transformaron en fuerza política de alta capacidad destructiva.
Trump fue su demiurgo. Su pérdida del púlpito presidencial no significará la desaparición de ese movimiento que descubrió la fuerza que tiene y que es ya cibernéticamente orgánico. Es el síndrome occidental del gran abandono de asimetrías que suscita por doquier fuerzas destructivas. Aparecen con distintos nombres, en todas partes, y hacen estragos. El monstruo amorfo despertado por Trump no desaparecerá por la fuerza. Sin ese caudillo, el vacío encontrará formas de llenar el rol fascista que lo convoca. Sobran oportunistas para ocupar ese protagonismo.
Solo un abordaje vigoroso y sistémico pondría coto a la rebelión de masas furibundas. Biden lo sabe, pero, para atender esos cahiers de doléances, también conoce las fantásticas limitaciones presupuestarias que hereda. Le llegan desde Reagan, que cercenó las capacidades redistributivas del Estado, debilitadas por cada administración posterior, demócrata o republicana. Esa trayectoria debilitante de políticas públicas espera al nuevo presidente. Necesitará hacer acopio de toda su destreza para inspirar una nueva coalición de sensatez en las élites económicas y políticas. Ahí, se juega el destino de la democracia.
La autora es catedrática de la UNED.