Tras la tormenta, la calma. No esta vez. ¡No con Trump! Luego del triunfo de Biden, del júbilo se pasó a la alarma. El ególatra impugnó el veredicto de las urnas y montó una batería de reclamos sin asidero. No era rabieta de narciso empedernido. Los acontecimientos lo confirman. La ofensiva legal es la punta del iceberg. Distrae la mirada pública que se tranquiliza con la anticipación del rechazo de sus reclamos. Cuando un juez desecha sus alegatos, ratificamos nuestra expectativa y nos serenamos. Es el sesgo cognitivo de confirmación. Como los magos, distrae hacia una mano y de la otra se saca un as.
Otra estrategia avanza: dislocar el engranaje del proceso de certificación de delegados. Ya ha ocurrido (1876). Constitucionalmente es posible. Legislaturas estatales republicanas podrían, bajo presión, certificar a otros delegados. Nada sencillo, pero sí posible. La ventaja de 6-3 en la Corte Suprema jugaría.
Otras acciones complementan esa movida. Sustituir a Esper, ministro de Defensa, y nombrar adláteres en inteligencia y seguridad apuntan a controlar las fuerzas armadas. El tiempo pasa, la escena se tensa. Falanges trumpistas armadas están en stand-by. Organizaciones demócratas se aprestan a defender el voto. Cualquier chispa incendiaría la pradera. En los disturbios de Portland, Trump quiso intervenir manu militari. Esper se opuso. Era un ensayo. Ahora tiene las manos libres.
La preferencia neurológica a la seguridad, la aversión a la incertidumbre es otro sesgo cognitivo. Obra a favor de Trump que lo inverosímil de que algo así ocurra conforte. Trump perdió con tal fuerza que sus senadores tiemblan de provocar su ira. Biden los llama «levemente intimidados». ¿Levemente? Nadie sabe hasta dónde llegaría Trump, incitando a su base, ni hasta dónde lo seguiría su élite. Son arenas movedizas.
Biden es cauteloso. Apela a la cordura. Llama a la calma. Se empodera de un capital político fruto de 45 años entre aceras bipartidarias. ¿Será sesgo cognitivo confiar en su mesura? Tal vez. Pero en aguas agitadas se impone la prudencia. Nada está resuelto hasta que todo se resuelva. La historia aconseja esperar lo mejor y prepararse para lo peor. Ojalá la esperanza pese más que nuestro recelo.
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La autora es catedrática de la UNED.