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Camino no recorrido jamás dirá hasta dónde nos pudo haber llevado. Hoy vivimos un instante de pérdida de brújulas. Pero, paralizados en la incertidumbre, se desbordan los mares de lo posible. ¡Gracias, Cristóbal Colón, por no detenerte ante lo improbable!
En la tribulación que vivimos todo plantea la necesidad de reinventarnos. Pero lo políticamente viable paraliza las propuestas audaces. Es curiosa esa parálisis autoinfligida, porque los problemas acuciantes de deuda pública no pueden excluir del debate aquellos paradigmas obsoletos, que son las raíces de nuestro reumatismo institucional.
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Lo posible no se opone a lo deseable. Solo si somos miopes o pusilánimes podemos verlos como contradictorios. Salir de la crisis fiscal no está desligado de las aspiraciones más amplias de un moderno Estado funcional. Pero todo parece decir que Costa Rica no está lista para una agenda ambiciosa de reformas estructurales. Hay tan bajísima propensión al riesgo político que nadie se atreve a abrir trocha y dejar auténtica huella. Por eso, no existe voluntad política de hacer apuestas por giros de paradigmas. Y lo triste es que el cambio no es un lujo, sino una necesidad. ¿Si no es para hoy, para cuándo?
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Si no tomamos medidas dramáticas en momentos dramáticos, menos lo haremos sin tormenta. En nuestro mapa de desconcierto, nos falta un azimut. Eso es lo importante, un sentido de destino, aunque sea ingrata la labor de bregar contra corriente en el mar de la tibieza de nuestra clase política. Asusta saber que, a la postre, por las buenas o las malas, el futuro siempre esconde el poder de lo posible.
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La autora es catedrática de la UNED.