Cada generación es marcada por sus propios flagelos. Los nuestros probablemente sean desafíos desatendidos. A tiempo para esquivar las consecuencias de sandeces, solo reaccionamos a punto del desastre. Un caso de antología es la desaguisada ley de pesca de arrastre, detenida in extremis por veto presidencial. En un silencio social distraído, la pesca de arrastre había logrado hegemonía en el espectro político. La Asamblea Legislativa la había aprobado con una nada despreciable mayoría de 28 votos.
A destiempo y a punto de sanción ejecutiva, la sociedad civil reaccionó con energía. A su escandalosa pasividad, mientras se fraguaba el desatino, siguió un masivo y organizado repudio.
El presidente se vio presionado entre detractores y promotores. Ambos bandos ofrecían supuestos atestados de la ciencia. Todos defendían sectores sociales afectados. Unos enarbolaban reactivación económica en las costas. Otros denunciaban beneficios nimios, en detrimento de la riqueza marina y la sostenibilidad de la pesca artesanal.
Ningún principio más sano, en semejante yesca, que el esgrimido por la Sala IV cuando frenó la pesca de arrastre en el 2013: “In dubio pro natura”, es decir, en caso de duda, la defensa de la naturaleza debe anteponerse a cualquier otra consideración.
Y yo diría in dubio pro mare. Eso si acaso hubiera dudas. No las hay. El mar es una cenicienta de políticas públicas. Las playas esconden una amarga pobreza que elude la mirada nostálgica de nuestras bucólicas vacaciones. Nuestras inmensidades acuáticas gozan del 3,5 % de la biodiversidad marina mundial, pero hemos ido arrasando nuestras aguas.
En el 2000 pescábamos 75.000 toneladas. En el 2007, solo 27.000. La FAO dice que el año pasado apenas llegamos a 13.000 toneladas de pesca. El océano apenas aguanta más expoliación humana. Ahí la sostenibilidad denuncia nuestros desvaríos. ¡Cuánto dolor, cuánta locura! Nobleza obliga a un reconocimiento al presidente Alvarado por su valiente y ponderado veto a la reanudación de la pesca de arrastre. Entre la espada y la pared, escogió su conciencia. Tomó una decisión y apechugó con hidalguía. Buena señal sería si esa actitud se repitiera en la grave crisis que nos acecha. Hoy quiero pensar bien. Lo necesito.
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La autora es catedrática de la UNED.