Hace siete días tomó posesión Joe Biden. Es imposible sustraerse a tantas esperanzas que despierta su mandato. Es una hora histórica. Aspiracional, como cada palabra de su discurso inaugural, exhortativo de unidad y reconciliación. Hora también de realismo crítico, porque encontrará enraizadas semillas de discordia. La fractura nacional sigue viva. La pesadilla de Trump emergió de esas inatendidas grietas.
Estamos en las postrimerías de lo que pudo convertirse en amenaza más fatídica. Thomas Friedman (NYT, 19/1/21) lo dice bien: «Acabamos de sobrevivir algo realmente aberrante: cuatro años de un presidente sin vergüenza, respaldado por un partido sin espinazo, amplificado por una cadena noticiosa sin rectitud. Todo eso se sumó alimentando falsas teorías conspirativas, puestas directamente en nuestros cerebros por redes sociales más allá de la ética. Y eso se recalentó con una inmisericorde pandemia».
No es poca cosa. El volumen de su ruido y el resplandor de su hoguera de vanidades dejaron al descubierto una nación desconocida. Estados Unidos perdió la inocencia de su aparente fulgor de excepcionalidad. Quedaron al desnudo las heridas que deja la indiferencia. De Biden se espera una real ruptura con ese pasado. Se demanda un estadista, más que un administrador. Alguien que agarre el toro por los cuernos, es decir, que asuma riesgos, enfrente problemas en sus raíces y rompa la tradición de más de lo mismo.
En la acera de enfrente lo aguarda un Partido Republicano con el alma extraviada. Es una colección de oportunistas, lamebotas sin conciencia, dispuestos solo a disputarse el descorazonamiento de amplias inequidades, base de la ciega popularidad de Trump. Tal vez encontraría Lot algunos justos entre esos senadores. Si así fuera, todavía enfrentaría Biden la élite empresarial embrutecida de regalos impositivos que impiden, con recursos públicos cercenados, apremiantes políticas redistributivas y de reconversión productiva. Build Back Better es la idea fuerza que apunta, más que a reparar, a reconvertir estructuras socioeconómicas plagadas de asimetrías. Se dice fácil. Pero la poesía de la campaña terminó. Comienza la prosa. Estamos en vilo, al acecho de obras más allá de la retórica.
La autora es catedrática de la UNED.