Los procesos electorales deberían ser luces de aurora, expectativas de transformaciones. Antes, la consigna de un «Nuevo amanecer» afloró en tiempos tormentosos. Hoy la vecindad de esos fuegos despierta resquemores. No es tiempo para soñar. Debemos, más bien, advertir el peligro y resguardar el poder que nos confiere el voto.
No estamos bien. Estamos saliendo de dos gobiernos del PAC. Fueron duras sus insensateces, sobre todo fiscales, en su primer gobierno, y de aturdida orfandad de orientación, en el segundo. Pero esos mandatos, más que apuestas erróneas fueron síntoma de nuestros trastornos. Solo llegaron a Zapote elegidos en segunda ronda, reflejo de la crisis de liderazgo que sigue viva. Eso no nos impide saltar de la olla al sartén.
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No estamos bien. Lejos de nuestra equidad histórica, somos una sociedad tan resquebrajada que la opción confesional sigue siendo un riesgo. Los grandes partidos están municipalizados. Sus líderes son señores de feudo con visión localista. Eso no augura superar brechas territoriales. Todo lo contrario. Nuestras asimetrías buscan, más bien, una perspectiva nacional alejada del cacicazgo.
No estamos bien. Vivimos de prestado. El aprieto fiscal nos pone de rodillas frente a las calificadoras de riesgo. El acuerdo con el FMI fue duro, con excesivo corte de gasto público, socialmente insostenible. Pero el tira y afloje interno dio hasta ahí. Y sí, debemos celebrarlo, pero no es un fait accompli. Tiemblo de pensar su paso por las horcas caudinas del debate legislativo, cuando se buscarán imaginarios réditos electorales, sin cuidar la precaria credibilidad financiera.
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No estamos bien. La vacunación ya se cobró las primeras ofrendas del abuso, al priorizar funcionarios administrativos de la Caja, en teletrabajo. Un cuerpo productivo prácticamente paralizado acentúa el daño social que veníamos arrastrando. Urgen cambios estructurales que no llegan. Lo público es un cuerpo enfermo y descontento. Somos perfecto medio de contagio para pandemias ideológicas con populismos de toda suerte. No estamos listos para escoger con discernimiento. Nos falta serenidad para buen tino y el ruido de las redes ensordece nuestro desconcierto.
No estamos bien, es cierto, pero podemos estar peor.
La autora es catedrática de la UNED.