Ni perdón ni olvido. El pasado nos quedó debiendo. La pandemia pasará y saldremos del aislamiento que castiga nuestra convivencia. Tal vez una nostálgica ansiedad de normalidad nos induzca a un despiste inexcusable: esperar, desear, exigir que todo sea como antes. ¡Como si “antes” hubiera estado bien!
Cuando despertemos de esta insólita pesadilla existencial, nada será más torpe que haber desaprovechado esta oportunidad de reflexión colectiva.
Es un memento mori, instante de cercanía a la muerte que induce a volver a nuestra esencia ética. Será hora de otro retorno, de la repatriación de la sensatez social y del sentido de justicia como forma de supervivencia.
La pandemia dejará falseadas las grietas sobre las que dormía nuestra autocomplacencia. No necesitábamos un virus para descubrir que nuestro modelo de desarrollo dual hacía aguas. Las cicatrices abiertas nos obligarán, eso sí, a replanteamientos. Ahí, estará bajo la lupa el paquete insoportable de nuestra disfuncionalidad. Tampoco saldrán impunes instituciones que solo son repositorios inertes de fondos públicos. Ahí, se revelará con peligrosa indignación nuestra perniciosa connivencia con la desigualdad. Y aparecerá también el costo insufrible de una patria cara, poco competitiva y de escandalosas asimetrías.
¿Quién quiere volver a lo mismo? Yo no. Entre un primer mundo de privilegios y un tercer mundo de abandonos, ese sueño se alimenta en Escazú, pero es pesadilla que siembra tempestades en Limón. Son las dos Costa Ricas que viven diferenciadas esta crisis. Una, en cómoda cuarentena con jardín, y otra, en el aislamiento imposible del hacinamiento que reproduce la pobreza.
Olvidemos las minucias. Después de este período de excepción, no hay vuelta atrás. En la historia, este coronavirus será recordado como acelerador inevitable de conciencia moral. Pienso que en todas partes será ocasión para enderezar entuertos. Pero como en esta crisis cada país actuó por su cuenta, nos toca a nosotros la responsabilidad de pensar un renacimiento propio con replanteamiento de nuestro contrato social. Será o no será. Y eso hará la diferencia entre paz social y turbulencia populista, entre futuro de esperanzas y distópico retorno imposible a un pasado disonante.
La autora es catedrática UNED.