John Le Carré ha muerto. Para quienes crecimos a la intemperie de sus angustias se fue la pluma que rompía la burbuja de nuestra inocencia, en tiempos de certezas políticas desmoronadas. Ese es el sentido profundo de su narrativa: desconsuelo de la lealtad no correspondida por una patria ingrata, servicio recompensado con sueños rotos, amor sin glamour traicionado a la sombra de la monotonía.
Para sus fieles lectores, estas líneas son contestatarias. ¿Quién no recuerda a Smiley, su principal personaje literario y alter ego de su autor? Con el pseudónimo de John Le Carré, David Cornwell fue el escritor más emblemático de novelas de espionaje. Para quienes no lo conocen todavía, su lectura develará el contraste entre la imagen glamorosa de James Bond, artificioso y carismático, pero irreal; y George Smiley, pequeño y regordete, pero más auténtico porque la realidad imita la ficción.
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David Cornwell lo sabía. Había sido hijo abandonado por su madre a los cinco años y criado por un padre estafador «manipulador, inteligente y poco fiable», como él lo describió. Se fue de su casa a los 16 y en Suiza fue reclutado por la inteligencia británica. Años después volvió al MI6 simultáneamente como diplomático, espía y escritor.
Con su novela El espía que surgió del frío rompió el paradigma de narraciones en blanco y negro, donde no había ni buenos ni malos, sino complejos tonos de gris. Su primer escenario es la Guerra Fría, cuando el Reino Unido —imperio de otrora— se encuentra atrapado entre juegos sucios de unos y otros, corrompiéndose las más de las veces, salvo el improbable personaje gris de Smiley. Fiel a su país, contra sus propios recelos, traicionado por su esposa y su mejor amigo, descubre un nido de ratas entre las mismas redes del espionaje británico.
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El fin de la Guerra Fría no canceló ni las incertidumbres de George ni los desencantos de John. En ficción uno y con la pluma el otro, desnudan los nuevos equívocos del mundo que desembocan ahora en el Brexit y en Trump. Atormentado por los fantasmas del pasado, Smiley sufre un país que entierra su cabeza en la arena y abandona el lugar que tenía en Europa, único espacio que le daba sentido. Con la muerte de John, Smiley ya no tiene quien lo escriba.
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La autora es catedrática de la UNED.