El coronavirus impuso una exigencia ética: la vida antes que otra consideración. Nuestro gobierno no vaciló. El país lo apoyó. En esta hora cero, siento orgullo patrio por la hidalguía demostrada. Pero sus decisiones paralizaron la actividad productiva. Se imponía respaldo estatal para paliar sus impactos en el tejido empresarial, proteger empleo y auxiliar a sectores vulnerables. Con todo y las secuelas fiscales, también exigía sostener capacidades adquisitivas hasta donde se pudiera. Todo golpe adicional a la demanda asfixiará más la máquina productiva. Por eso, hay que ser cuidadoso con medidas que disminuyan ingresos. No es de recibo singularizar sectores. Tampoco lo es aprovechar la crisis para presionar por modelos de Estado que las urnas no han avalado.
Cuando la tormenta amaine, el país quedará en cuidados intensivos, con grietas estructurales agravadas. Se impondrá enfrentar consecuencias y ojalá se vea en ese día más allá de lo hacendario, sin fórmulas simplistas ni epítetos. Necesitaremos un nuevo contrato social, pero por la vía costarricense de respeto, paz social y sufragio. Serán tiempos para mejorar gobernanza, optimizar eficiencia, eliminar duplicidades, cerrar entidades obsoletas y, sí, repensar el Estado empresario. Pero hoy no estamos ahí. Todo a su tiempo (Eclesiastés 3.1).
Además, no olvidemos algo esencial: el aislamiento disparó una espiral contractiva internacional que subsistirá después de la pandemia. Todos echaron mano a las arcas públicas para atenuar impactos. Habrá un flagelo mundial que no se dejará resolver con respuestas locales. Desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido instante que exija más coordinación internacional de políticas macroeconómicas.
Todos quedaremos endeudados. El mundo entero necesitará fondos internacionales de rescate. Serán tiempos de nuevos planes Marshall y renovados Bretton Woods para restaurar la capacidad adquisitiva universal, alimentar con liquidez los mercados y despertar el aparato productivo mundial, sin nacionalismos y sin guerras comerciales. Eso llegará. Hasta entonces, vivamos estos tiempos con extrema prudencia. De lo contrario, nos esperan populismos, peligro permanente en las urnas.
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La autora es catedrática de la UNED.