¡Queremos la poesía de la vida!, decía Shelley. Difícilmente la alcanzamos. No hay más remedio que sacar el mejor partido de la dura prosa cotidiana, sin hacer pataletas por no obtener lo anhelado.
Aspira la flecha al cielo de lo posible, pero su blanco siempre está más abajo. Es la parábola de la existencia humana. Y con parábola no solo aludo a la retórica del lenguaje, como la que advierte la cercanía del lobo, sino también a la figura geométrica de una trayectoria balística.
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Nada corresponde más a esa silueta que la política, el arte de lo posible, no de lo deseable. Lo ideal se lanza al viento del debate y el peso de la gravedad de prejuicios, temores y cálculos nos lleva a tierra, a lo factible. Llega un instante de la polémica pública cuando es indispensable interiorizar la plegaria de la serenidad y entender la diferencia entre lo que se puede y lo que no.
Cuando oponemos lo perfecto a lo bueno, se puede ir todo por la borda. Ahí estamos con un decisivo acuerdo con el FMI que después del parto de los montes nos dio un minúsculo ratoncillo, mínimo, pero indispensable. Abogué ayer por aprovechar la necesidad de ese acuerdo para buscar ambiciosas metas de reformas estructurales. Ese tiempo ya pasó. Tenemos lo que tenemos. Hasta ahí nos dio el cuero.
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La urgencia fiscal imponía una inevitable necesidad de nuevos recursos en mejores condiciones. Con calificadoras de riesgo al acecho, la presidencia respondió positivamente al apremio y buscó el respaldo que otorga a nuestra credibilidad crediticia un arreglo con el FMI. Hubo de todo. Consultas por Internet, oráculos entre bambalinas, diálogos fallidos, asambleas populares. Se llegó hasta donde se llegó: un compromiso de minimis.
El acuerdo no resuelve mil tareas pendientes. Pero sin él, el país estaría en peores condiciones de mejorar su desempeño. Vienen las urnas con propuestas ideales. Tiempos de poesía. Gobernar es prosa. Pero si estamos como estamos es porque somos como somos.
Rechazar con maximalismos lo alcanzado es lugar de berrinches en el peor momento. Defiendo lo logrado. Podemos hundirnos todavía más sin ese acuerdo mínimo. Ya no hay tiempo para rasgarse vestiduras. Podríamos estar mucho mejor, pero esa es harina de otro costal.
La autora es catedrática de la UNED.