Es una falta de educación utilizar expresiones, orales o gráficas, para describir todo fenómeno orgánico cuya mención pudiera ofender a quienes buscan belleza, solemnidad y emoción en la lectura o en aquellas artes visuales que se disfrutan mejor en medio del silencio y en ausencia de todo movimiento que no sea el de gestos faciales como la sonrisa y el asombro.
Si nos sentimos a gusto en las bibliotecas y los museos es porque son, por lo general, ambientes de silencio y de quietud, en los que la presencia del aire solo es perceptible en la inescapable actividad pulmonar y en la brisa refrescante proveniente de una ventana o una puerta abierta.
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Aunque la fotografía también se disfruta mejor en medio del silencio, me siento inclinado a no incluirla entre las artes visuales porque en ella participa un intermediario tecnológico —la cámara— que, per se, le proporciona al talento del artista ventajas exógenas comparables a las que, en el ámbito deportivo, ofrece el dopping.
Tal vez sea muy exigente, pero no podría imaginarme un concurso escolar de caligrafía en el que se permitiera utilizar impresoras electrónicas con fonts programables en lugar de plumas o pinceles, y siempre que pienso en la escultura mecanizada, esa cuyo resultado plástico depende en gran medida de la precisión técnica de aparatos electromecánicos, se me ocurre que cae en el noble ámbito del diseño industrial.
Admito, sin embargo, que si vemos la fotografía como un medio útil para confirmar criterios estéticos aplicables a las artes plásticas, no podemos liberarla del apego al llamado buen gusto aludido en el párrafo inicial de esta nota.
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En las redes sociales, la palabra escrita —sucedáneo no neumático de la oralidad— suele ceder a la fotografía su condición de expresión gráfica por excelencia. Absumo ergo sum —poso, luego existo— viene a ser la justificación cartesiana de los selfis.
Por suerte, la gran mayoría de los selfis que aparecen en las redes se toman de frente. Esto es importante, sobre todo en relación con la manía de posar (presumere) frente a fuentes de comida.
Manduco ergo sum, nos dice el cibernauta mediante un selfi sin reparar en que muchas veces los fragmentos de animales y de vegetales que posan en un plato resultan repugnantes.
Por algo, Papini recomendaba comer a solas.
duranayanegui@gmail.com
El autor es químico.