Un buen amigo, excelente en la argumentación, decía, mientras saboreábamos un capuchino, que todo es plagio en el vasto campo de los discursos. El tema, viejo e irresuelto, saltó al gran público hace poco. Me refiero a las afirmaciones del lingüista y activista político Noam Chomsky, quien apuntó directamente el corazón de la inteligencia artificial afirmando que esta forma de disponer del conocimiento hinca sus raíces en un gigantesco plagio, sí, plagio sin límites de la información almacenada a lo largo y a lo ancho de internet: “plagio de alta tecnología”, como lo llama.
No sé hasta qué punto tiene razón Chomsky si uno compara el mecanismo señalado por él con la historia de la cultura. Nadie puede ignorar un hecho: la cultura funciona como una red de saber y de prácticas compartidas incluso antes de los primeros relatos fijados en las tablillas cuneiformes sumerias, hasta hoy, para mencionar solo de paso las tradiciones orales previas y paralelas a la escritura y sus metamorfosis incesantes.
La herencia del saber y del arte, el contenido y las formas, técnicas y tecnologías, van pasando de unos a otros. Se debe reconocer que la cultura y la civilización se tejen en un mecanismo de préstamos sin fin.
Lo del ChatGPT, Gemini y otros robots de inteligencia artificial que aparecerán en el futuro no son más que modalidades instrumentales refinadas para pescar en el casi ilimitado territorio de la cultura y cocinar nuevas recetas con los mismos ingredientes. Se dice rápido, pero ¿es tan simple?
Punto de distinción
Recordemos el origen etimológico-histórico de la palabra plagio, según el DLE: Del latín tardío plagium, “acción de robar esclavos”, “acción de comprar o vender como esclavos a personas libres”, y este del griego plágios, “oblicuo”, “trapacero, engañoso”. También, “acción y efecto de plagiar (copiar obras ajenas)”.
Enseguida, el Diccionario extiende el sentido con estos sinónimos: copia, calco, remedo, reproducción, imitación.
En la cultura todo es plagio… ¿en el sentido de rapto o apropiación de derechos legítimos de otros? Con esto hemos vuelto a la duda planteada por mi amigo y colega Albino Chacón.
Frente a la universal rapiña que constituye la cultura —rapiña espontánea, orgánica, necesaria, inevitable en el desarrollo del saber—, hay un punto de distinción: si un colega me toma prestada, sin citar mi nombre, una idea o teoría nueva que no se ha fijado por escrito antes de mi invención, o se apropia de un invento técnico o de un descubrimiento como el de la electricidad, estamos en presencia monda y lironda de plagio en el sentido duro de rapto, bajo la sombra de la ley penal.
¿Plagió Edison a Tesla? No sé responder, pero el asunto flota en el ambiente. Para prevenir el robo de inventos precisos, en nuestra época existen las condiciones legales que garantizan la paternidad y los derechos de reproducción. En sentido restringido, se han desarrollado instrumentos digitales para determinar el plagio, aunque no son todavía completamente fiables: me refiero a las aplicaciones que navegan por los vericuetos de internet para encontrar la procedencia de copias textuales incorporadas en libros, tesis de investigación, artículos, etc.
Por supuesto, siempre habrá casos fronterizos, como ocurre con la casuística legal, es decir cuando se juzgan casos individuales al amparo de leyes determinadas, pero este es el problema menor.
Vínculos entre textos
La propuesta de que todo es plagio es provocadora y no parece ni verdadera ni falsa, pero… yendo al fondo de la estocada, ¿se podrá negar que cualquier texto se apoya en otros, a los que les arrebata jirones, para coserlos luego como si se estuvieran armando mantas de retazos, o se los calca o se hace referencia a ellos de cualquier manera posible, y se arma un texto nuevo confiriéndole significación a lo dicho con el auxilio de los referentes utilizados?
Ya desde hace tiempo los lingüistas han estudiado las relaciones intertextuales y las tantas formas en que un texto incorpora a otro o crea algún vínculo con aquel, se contamina de él, o se afirma contra él.
Recordemos algunas relaciones, por ejemplo, la más formal: las citas de autores entrecomilladas con indicación explícita del nombre y la fuente; otro modelo abundante es la derivación novedosa de un relato desde otro más viejo, al ejemplo del Quijote y las novelas de caballería e incluso las novelas pastoriles, o todas las historias y tragedias que se nutren de los poemas homéricos, entre ellos los poetas trágicos griegos, y Virgilio que se remonta al héroe Eneas (otorgándole legitimidad mítica a Roma), hasta autores del siglo XX (Joyce, Kafka, Kazantzakis, Sartre… la lista de deudores del intertexto homérico es interminable).
No olviden los collages (cuando un texto precedente se intercala en otro, pero no como cita identificada al pie de página, con editorial, año de edición y folio, sino como se pega un recorte de foto sobre otro para crear algún efecto extraño por la hibridez de imágenes que naturalmente no van juntas.
El origen pictórico del término ilustra el trasvase textual. Existen incluso en el habla cotidiana las alusiones sutiles si en lo narrado se atisba una historia que no se menciona, bajo el supuesto de que es conocida por el interlocutor o lector, y desde la cual se alimenta el sentido de la expresión nueva.
El corpus literario vuelve la mirada una y otra vez a historias anteriores para recrearlas y reinterpretarlas: las obras clásicas lo son por este mismo motivo, qué duda cabe, instituyéndose como referentes identitarios, aunque a los núcleos narrativos se les cambie constantemente el sentido, o se los adapte al entorno cultural del lector.
Un ejemplo es el de los cuentos de Grimm (cuentos populares recogidos y editados por los hermanos Grimm) y las mismas historias adaptadas medio siglo antes por Perrault a lectores de la corte francesa. En este último caso, rige una tradición: el autor escribe el cuento nuevo ajustando al receptor el relato de referencia. Estos cambios afectan la historia y también el vocabulario.
Los textos se refieren y conectan
Existe otra forma de remitir un texto a otro. Recuerdo la exquisita novela de Christoph Ransmayr El último mundo, donde imagina el catastrófico destierro de Ovidio. En sus páginas, se vuelven a contar algunas de las metamorfosis de la obra más importante del poeta bajo la visión anacrónica de proyecciones cinematográficas.
Recordemos otra modalidad: las colecciones de textos recogidos de tradiciones primero orales y luego escritas, cuyos autores se desconocen. Cito Las mil y una noches, y Calila e Dimna.
Los cuentos de Esopo se contaron siglos antes en Mesopotamia. Esopo les dio una forma didáctica y popular, de modo que los lectores maltratados por sus condiciones de vida podían identificarse con sus héroes, siempre débiles, pero triunfantes contra enemigos invencibles.
Y así continúan las listas de intertextos y paratextos, desplazamientos, aglutinaciones, repeticiones, intercalaciones, alusiones, recreaciones, costuras textuales, contaminaciones, parodias, caricaturas de estilos, imitaciones estilísticas intercaladas… ¿Son plagios estas apropiaciones?
La cuestión es infinita y violenta, y dilucidarla se ha complicado mucho más al ingresar al universo de las interconexiones culturales. Chomsky ha puesto el dedo en la llaga (¡para plagiar una frase hecha!).
Harán falta muchos capuchinos para seguir hablando del tema remozando una frase (¿dudosa?) que he leído por ahí: “Robar a una persona es plagio; robar a muchas personas es investigación”.
El autor es filósofo.