Es oportuno comenzar el mes dedicándole esta columna al pensador, escritor y periodista checo Karel Čapek, nacido el 6 de enero de 1890 y cuya consagración como dramaturgo tuvo lugar el 25 de enero de 1921, en el Teatro Nacional de Praga, con el estreno de su obra RUR.
Al instaurarse la República de Checoeslovaquia tras la I Guerra Mundial, Čapek se propuso dedicar su activismo político al fortalecimiento democrático del naciente Estado y su prestigio literario llegó a ser tal que durante largo tiempo se le tuvo como candidato al Premio Nobel: se sospecha que no recibió ese galardón porque había satirizado a Hitler en la novela La guerra de las salamandras y los prudentes suecos no deseaban ofender al futuro amo de Europa.
En 1938, agentes de la Gestapo, desconocedores del reciente fallecimiento del escritor, no lograron arrestarlo para cobrarle sus críticas al nazismo.
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En una depuracion de libros destinados al reciclaje me reencontré esta semana con un ejemplar oxidado —sus páginas ya mostraban un tono rojizo— de una edición de RUR en inglés, de hace medio siglo. Tan pronto como lo vi en el fondo de una gaveta retornó a mi mente la vieja convicción de que George Orwell y Gore Vidal se inspiraron en Čapek —se pronuncia algo así como Tchopek— cuando escribieron 1984 y Kalki.
En sus cuatro actos, RUR es una advertencia sobre el peligro de deshumanización de la cultura en las sociedades maquinizadas por la técnica. En esa obra fue creada la palabra robot —derivada del término eslavo robotnik— para referirse a los sustitutos de los seres humanos en todas las actividades «productivas», incluso en muchas de aliento intelectual.
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Dado que todos los robots de RUR se fabricaban con figuras humanas, no deja de ser asombroso que Čapek eludiera la trampa de las raíces griegas y no los llamara «androides y ginoides», lo que habría privado a las lenguas modernas de la ventaja de contar con una palabra tan versátil como robot. En todas las lenguas actuales, esa palabra alusiva al trabajo engloba las imitaciones del quehacer humano bajo cualquier morfología, incluso la zoológica.
En beneficio de quienes no han leído RUR, no entraré en detalles al señalar que parece escrita justamente para el momento que estamos viviendo. ¡Ah!, y tengan cuidado con el doble filo religioso del final.
El autor es químico.