Hubo un tiempo en el que se admiraba, de la narrativa costarricense, un abundante subgénero que, por razones no discernibles, nunca fue bien definido y por ello carece de nombre. En lo fundamental, esa modalidad literaria se caracterizaba porque la mayoría de sus autores eran “meseteños”, supuestamente bien educados, que por tener vínculos de lealtad con los círculos oficiales tenían garantizada para sus obras una recepción tan calurosa como justificaban sus méritos literarios.
Por lo demás, es posible que en ese tiempo nuestro país fuera un pobre consumidor de libros, algo que no debería extrañarnos si recordamos que un estudio o una encuesta que se hizo en Francia después de la Segunda Guerra Mundial reveló que los hogares franceses en los que se atesoraba por lo menos un libro diferente a la Biblia eran una minoría. Así como los niños no son atletas consumados por el hecho de aprender a caminar, la alfabetización no lleva el libro a la canasta básica.
Más interesante sería el examen de los estereotipos que caracterizaron a nuestro innominado subgénero. Cuando los personajes eran campesinas y campesinos, poblanas y poblanos pobres, con frecuencia eran descritos en un tono de mofa paternalista que los mostraba tontos, deformes, zafios, ignorantes o insensibles. Como está de Dios que aquello que se lleva a un ícono ahí se quede, eso no tiene remedio. Después de todo, puede que hoy esa literatura carezca de todo poder testimonial.
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Con el advenimiento, en las postrimerías del siglo XX, de generaciones más concientizadas de artistas, esperábamos que los jóvenes autores hicieran un esfuercito de réplica y quisieran destacar, por lo menos en leve medida, las debilidades de carácter de las llamadas clases dominantes; pero nos tememos que la mayoría de los nuevos narradores escogieron lo que se podría llamar el camino del perdón y el olvido y se limitaron a perpetrar introspectivamente abundantes tomos dedicados a nimias autocomplacencias sobre sus pequeñeces existenciales, cada vez menos impactantes conforme lo que ocurre entre sábanas va perdiendo la fuerza dramática que tuvo en el pasado. Pero el tema de la desigualdad y la explotación, con alusión al comportamiento social de quienes sacan provecho de ellas, ocupa un lugar bastante apartado en nuestra actual narrativa.
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