El que en la antigüedad muchas culturas le rindieran culto al Sol pudo haber sido el resultado de intuiciones científicas. Toda la energía que aprovechaban los seres humanos la proporcionaba, de manera perceptible, el astro rey. Ejemplos: la energía química de los alimentos que nutrían a esclavos y animales de tiro, la energía química de la madera que mantenía vivo el fuego, la energía cinética del viento coadyuvante de la navegación.
Tampoco tardaron los antiguos en descubrir que las impetuosas corrientes fluviales se acrecentaban con la lluvia provocada por el ciclo de evaporación y condensación del agua, a su vez alimentado por la radiación solar. El sol estaba presente en todo y eso significaba abundancia de una energía que ya desde entonces era “el motor del progreso y de la economía”. El astro rey reunía los requisitos necesarios para ser considerado un dios.
En nuestro tiempo, el avance de las ciencias, en especial de la astrofísica, permite saber con certeza que, desde hace miles de millones de años, toda la materia del universo y toda la energía que le es consustancial proviene del hidrógeno; incluso la energía nuclear, puesto que todos los elementos químicos, incluidos aquellos que poseen isótopos radioactivos, se generaron, en los dantescos vientres de los astros, a partir del hidrógeno.
La energía solar que recibimos directamente, considerada en la antigüedad un don del cielo, se produce en el núcleo del sol gracias a la fusión nuclear del hidrógeno, se toma un millón de años para llegar a la superficie de esa estrella y, a través del espacio, tarda varios minutos más en alcanzarnos.
Se explica así que casi se le dé rango de deidad al elemento químico padre de la materia y de la energía que nos rodean y nos dan vida. Su deificación tiene sólida base científica; pero debemos tomar nota de que la única fuente natural de hidrógeno libre del sistema solar no se halla en algún planeta sino en el omnipresente Sol, un lugar inaccesible.
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Así las cosas, si deseamos tener el hidrógeno como recurso energético principal en la tierra, tenemos que producirlo artificialmente; y todos los métodos posibles para lograrlo tienen costos económicos y ambientales que deben ser evaluados antes de erigirle templos a un nuevo dios que podría resultarnos económicamente falso.
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