Los últimos avances de la astrofísica nos hacen creer intuitivamente que el fenómeno de la vida tiene todas las posibilidades de haberse repetido muchas veces en el universo. Ahora, hasta un astrónomo estrella de Harvard nos ofrece sólidos argumentos de autoridad a favor de la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra. Sus razones son muy convincentes y, justamente porque son de sentido común, no deberían sorprender a nadie. Ha llegado la hora de que nos presten atención a quienes estamos dispuestos a aceptar que la vida inteligente existe o existió en otro lugar del cosmos y justificaremos todos los intentos que se hagan para demostrar que es cierto.
Ahora bien, lo que sigue es un llamado a la cordura y al rigor científico. Comencemos por sacar el tema del ámbito de la ciencia ficción de quiosco. Por mucho que percibamos incertidumbres en las leyes de la física, debemos poner límites a la imaginación. No podemos acogernos a la excitante idea de que, un día de tantos, una nave extraterrestre se posará en un jardín de nuestro barrio y de ella saldrán unos seres «alucinogénicos» que nos saludarán pacíficamente o, por el contrario, nos dominarán con rayos paralizantes y nos convertirán en esclavos. El camino hacia el primer contacto con seres inteligentes de otros sistemas estelares no depende de la aceptación a pie juntillas de todos los avistamientos de revista barata, productos del Photoshop o de sospechosos aportes de la farmacopea callejera. Cualquier encuentro con vida inteligente extraterrestre tendrá que ser validado por un observatorio, un gabinete científico o un artefacto de exploración espacial, y no por embobadas multitudes reunidas alrededor de antiquísimas ruinas que con costos son útiles para dar fe de que nuestros antepasados eran ingenieros muy inteligentes.
Un detalle que los aficionados a los encuentros intergalácticos no se atreven a abordar es la escasa probabilidad de que dos civilizaciones que logren comunicarse mediante un mensaje transmitido a través del espacio sideral existan simultáneamente. Por ejemplo, si hoy recibiéramos una señal inteligente venida desde un planeta situado a una distancia relativamente corta, digamos de dos mil años luz, sería tan afortunado como encontrar en Jerusalén un pagaré válido firmado por Barrabás.
El autor es químico.