El resurgente consenso económico practicado en Estados Unidos fortalece la participación del Estado en la economía, el proteccionismo y la selección de champions como sujetos de subsidios estatales.
Escribo “resurgente” porque la realidad es que la política económica de ese país siempre ha distado mucho de lo que predica y lo que impone o promueve directamente —como condición para la ayuda bilateral o para la firma de tratados de comercio— o indirectamente desde los organismos internacionales.
Tal y como lo dice el economista noruego Erik Reinert, “desde los padres fundadores Estados Unidos siempre ha navegado en dos mundos, el activismo estatista de Alexander Hamilton y la sentencia de Thomas Jefferson de que ‘el gobierno que gobierna menos gobierna mejor’. Con el transcurso del tiempo y el usual pragmatismo estadounidense, esta rivalidad ha sido resuelta poniendo a los jeffersonianos a cargo de la retórica y a los hamiltonianos a cargo de las políticas”.
El proteccionismo agrícola y la participación directa del Estado en el financiamiento y ejecución de proyectos en el campo tecnológico, y muchas de las políticas del New Deal que nunca fueron eliminadas, son solo ejemplos de ese permanente hamiltonianismo.
Pero desde la repuesta a las dificultades del 2008, el intervencionismo del Estado se ha ensanchado con especial fuerza. Ante esa crisis, se nacionalizaron y subsidiaron bancos y fábricas de vehículos y el banco central (Reserva Federal) emitió $2,8 trillones (un 13% el PIB de EE. UU.) para reactivar la economía.
La Reserva utilizó como criterio para esa política monetaria la tasa de desempleo, contrario a sus prédicas neoliberales normales —repetidas como dogma sagrado en la mayoría de los países latinoamericanos— sobre la inconveniencia de que los bancos centrales tomen en cuenta el desempleo y el crecimiento económico a la hora de fijar sus políticas.
La actual etapa de profundización del intervencionismo del Estado resulta del proteccionismo nacionalista de la derecha republicana y de los compromisos sociales y ambientales de los demócratas.
La supuesta amenaza de China alimenta adicionalmente este tipo de políticas. De ese modo, se están otorgando subsidios y exenciones fiscales multimillonarias tanto a empresas escogidas (champions) de EE. UU. como extranjeras, siempre y cuando estas construyan fábricas en su territorio. Además, contrario a los contenidos incorporados por EE. UU. en los tratados de comercio e inversión, sobre la apertura a extranjeros del mercado de compras públicas, Biden estableció normas para dar ventajas sustanciales a las empresas de su país.
Activismo gubernamental
La estrategia de este neointervencionismo, denominado “políticas industriales” en EE. UU., busca una profunda reforma económica por medio de la intervención del Estado utilizando todo el arsenal de herramientas a su disposición (subsidios, incentivos fiscales, regulaciones proteccionistas, financiamiento adicional en el campo tecnológico, etc.), dirigidas a ciertos sectores industriales, ciertas firmas y ciertas actividades económicas, todo seleccionado por entes estatales, no por las fuerzas del mercado.
En este nuevo contexto, se estima que burócratas escudriñando inversión extranjera (el proteccionismo disfrazado de seguridad nacional) tendrán impacto en sectores que pesan un 60% en la Bolsa de Valores.
El cambio que se está observando no es cualitativo, en el tanto, como dije antes, ese activismo gubernamental ha caracterizado el extraordinario y admirable nivel de desarrollo de EE. UU. (y de todo otro país exitoso).
Lo resaltable son otros aspectos. En primer lugar, la dimensión fiscal (cerca de $2 trillones); en segundo lugar, la expansión de los sectores impactados por ese neointervencionismo; y, en tercer lugar, el cuestionamiento abierto al neoliberalismo y la defensa del modelo distorsionador de las fuerzas del mercado por parte de prominentes actores del establishment de EE. UU. Pareciera que ahora el hamiltonianismo también está a cargo de la retórica.
Hace solo dos semanas, nada más y nada menos que Jake Sullivan, asesor nacional de Seguridad del gobierno de Biden, indicó que no se puede seguir ignorando “que las dependencias económicas que se generaron durante décadas de liberalización se habían vuelto peligrosas” . Y agregó que las políticas “que habían energizado el proyecto americano en los años de la posguerra —y en realidad en mucha de nuestra historia— se habían desvanecido. Habían sucumbido ante ideas que promovían recortes en los impuestos, desregulación, privatización y libre comercio como fines en sí mismos. Había un supuesto en el fondo de todas estas políticas: que los mercados siempre eran lo mejor para la eficiencia y la asignación de los recursos”.
Esas palabras resumen el nuevo Consenso de Washington. A estas horas del partido, cuando en términos de un crecimiento económico sostenido o de desarrollo social la prédica neoliberal carece de logros en América Latina, es necesario que los que son adictos a mimar los sermones dictados desde el norte se percaten del consenso prevaleciente hoy en esas latitudes. Ello facilitaría mucho el debate y la construcción de las políticas de desarrollo en nuestros países.
Fuerte papel del Estado
Lo cierto es que toda economía exitosa, ya sea de vieja data o la de Singapur, Israel, la provincia de Taiwán o la de la República de Corea, ha puesto en práctica políticas pragmáticas, flexibles, eclécticas; y sus dirigentes no han sido enceguecidos por los dogmas de la izquierda radical o de la derecha neoliberal.
China misma, si bien es cierto que ha dado enormes espacios a la propiedad privada y al mercado, mantiene la presencia del Estado sobre sectores estratégicos y utiliza profusamente incentivos de todo tipo para alcanzar sus objetivos económicos y sociales. Se le podrá señalar, en algunos círculos interesados en lo geopolítico y lo económico, por el fuerte papel del Estado en la conducción del desarrollo, pero no de ser un fracaso.
De hecho, muchas de las políticas proteccionistas e intervencionistas de las administraciones Trump y Biden buscan contrarrestar el éxito chino intensificando el papel del Estado. Se trata, a pesar de la retórica, de un reconocimiento del papel del activismo gubernamental.
En fin, Estados Unidos ha decidido competir con China desconfiando en algunas áreas de “la mano invisible” del mercado y confiando en “la mano visible” del Estado, precisamente la que es más visible en China. ¡Vaya paradoja!
Quizá sería exagerado referirse a los pasos de convergencia en cuanto a la política económica de ambas potencias, como el Consenso Washington-Pekín, pero también sería errado ignorar que, para competir con la “estatista” China, Estados Unidos decidió ampliar el papel del Estado en su economía. Las lecciones para nuestros países son gigantescas.
El autor es economista.