Esa madrugada de Navidad regresé a casa y los dos me recibieron en la puerta con ojos desorbitados. No respiraban. Jadeaban. Me agaché e intenté tranquilizarlos, pero al mirar hacia la sala vi más indicios de su estado de pánico. Hicieron lo que nunca hacen: habían defecado en el piso, desordenadamente, cerca de la mesa del comedor.
Ni los relajantes que habían tomado unas horas antes lograron calmar el terror que tienen a las explosiones de pólvora que se acrecientan en las celebraciones de Navidad y Año Nuevo. Se llaman Loki y Kody, mis perros, y ahora tienen 10 años. Lo curioso es que cuanto más envejecen, más es su temor a los estallidos de las bombetas.
Ese pavor también lo sufren gatos, conejos, aves y vacas, pues los animales tienen un oído más sensible que el del ser humano y ninguno de ellos encuentra explicación al estruendo, el cual toman como una amenaza y desencadena en ellos espanto, ansiedad, náuseas, aturdimiento, ganas de salir huyendo hacia un lugar seguro, taquicardia y, en casos extremos, un paro cardíaco.
A nuestras mascotas quizás las tranquilicemos con medicamentos o hierbas que venden las veterinarias, pero ¿las aves? Imposible. Es sabido que muchas salen huyendo de sus nidos y hay un antecedente conocido mundialmente, el ocurrido en la ciudad de Beebe, Arkansas, en la noche y madrugada para recibir el 2011. Parecía una imagen de Los pájaros, filme de Alfred Hitchcock. Unos 3.000 turpiales y estorninos de pequeño tamaño se estrellaron contra edificios y casas al huir en la noche de la tormenta y el estruendo de los fuegos artificiales. Este tipo de pájaros no vuelan de noche, y la mala visibilidad los obligó a huir a baja altura, lo cual tuvo el fatal resultado.
Por eso, si consideramos a nuestras mascotas como parte de la familia, pasemos de las palabras a los hechos: por favor, no reventemos bombetas esta Navidad y Año Nuevo. Que sea por ellos, por compasión, por su vida, porque los humanos tenemos más formas de expresar felicidad en estas fiestas.
Y otra ventaja: si evitamos la pólvora, también nos libramos de un accidente que podría lesionar a un adulto, un niño o incluso incendiar la casa de un vecino o la nuestra. Gana más el planeta si evitamos jugar al fuego.
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El autor es jefe de Redacción de La Nación.
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