El Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo se celebra este 10 de noviembre, por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con el fin de reconocer las aportaciones de la ciencia al desarrollo de la humanidad y, con ello, incentivar a los Estados miembros y a la sociedad en general a auspiciar y expandir proyectos científicos de toda índole que cooperen de forma directa o indirecta con la paz global.
La misma ONU, en el 2015, lanzó los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS 2030), en busca de una agenda y una hoja de ruta nuevas que conduzcan hacia una sociedad más justa, equitativa y pacífica, que cuide del planeta al mismo tiempo.
Casi diez años después, múltiples crisis, de muy diversos tipos, tales como conflictos bélicos, luchas por la tierra y el agua, narcotráfico, pobreza, migraciones humanas, calentamiento global y todos sus efectos derivados, la pandemia de covid-19 —por citar los más presentes en nuestra conciencia— nos hacen mirar con pesimismo los ODS 2030, tanto que son muchos los que dicen que será imposible cumplirlos, cuando menos uno de ellos. Aprovecho la oportunidad para invitar a que los revisemos, ojalá con una mirada crítica sobre nuestro rol en su consecución.
Precisamente, en ese escenario, la ciencia se yergue como pilar fundamental en la consecución de las metas que los ODS 2030 proponen. Si bien es cierto que pareciera que solo el objetivo 16 se refiere a la paz y la justicia, todos ellos tienen que ver con la paz de una u otra forma: no puede haber paz con hambre, injusticia, poblaciones enfermas, desempleo, pobreza, sociedades que discriminan a parte de su gente, ecosistemas agotados y brechas sociales cada vez mayores. Entonces, la investigación científica de alta calidad, en todos los niveles, desde la básica hasta la teórica, pasando por la aplicada, se convierte en la tabla de salvación.
En la lucha contra el hambre, gracias a la ciencia, es posible contar con cultivos más productivos —aun en suelos poco fértiles— y especies más resistentes a las enfermedades y menos dependientes de pesticidas.
Disponemos de razas de animales para la producción de proteína, con mayor eficiencia convertidora y cada vez menos contaminantes, y podemos echar mano de más formas de tratar los purines para reincorporarlos a los sustratos productivos.
Contamos con sistemas de control biológico de plagas, alimentos más nutritivos, etc. Todo ello permite que la producción de alimentos sea suficiente para los casi 8.000 millones de habitantes de nuestro planeta. El problema ha estado en la injusta e inequitativa distribución de estos, pero ese no es resorte de la ciencia misma. De los ODS 2030 casi todos tienen que ver con la producción de alimentos y el cuidado del ambiente.
Progreso sanitario
Cosas similares podríamos decir sobre la salud. Si tomamos la esperanza de vida como trazador, vemos cómo en un siglo creció a poco más del doble. La ciencia, y en específico las ciencias de la salud, permitieron el desarrollo de vacunas seguras y eficaces que controlan y hasta erradican enfermedades mortales o causantes de terribles secuelas.
Debemos sumar a lo anterior la potabilización del agua, el lavado de manos, el correcto tratamiento de las aguas negras, el descubrimiento de la penicilina y muchos antimicrobianos, los hallazgos sobre la epidemiología de eventos de la más diversa índole —transmisibles o no—, la física médica diagnóstica y terapéutica, el desarrollo técnico y tecnológico para el tratamiento de padecimientos y condiciones cuyo éxito es notorio. La lista es tan larga que no alcanza toda esta página para enumerarlos. La pandemia de covid-19 es ejemplo de ello. En cuestión de meses se dispuso de algunas de las vacunas jamás desarrolladas, la tecnología salvó la vida de millones de personas, se previno de forma inobjetable una crisis económica aún peor.
De no ser por las ciencias, las técnicas y las tecnologías, estaríamos viviendo todavía los estragos de la pandemia. Al final, un gran aporte a la paz de los pueblos provino de las ciencias de la salud. Indudablemente, mejores condiciones de vida están más cerca de llevar a la paz que a la pérdida de ella.
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Puerta a la educación
La educación es otro ámbito en el que la ciencia tiene un profundo impacto sobre la paz. Pueblos más educados están más conscientes del valor de la paz, de sus causas y sus efectos, y de la diferencia entre tenerla o no; decir que se educa para la paz pareciera, entonces, una redundancia.
Niños y jóvenes de comunidades alejadas y marginadas acceden a la educación de manera eficaz y atractiva. Desde el uso de la radio como medio de educación en el siglo pasado hasta la utilización de tecnologías para videoconferencias, clases en remoto a través de plataformas de transmisión en tiempo real, software especializado para apoyo educativo, videos en casetes o CD en telesecundarias, la ciencia y la tecnología han ofrecido posibilidades para la creación de oportunidades para la mayor parte de las personas.
Hoy nadie pone en duda las oportunidades que brindan las herramientas digitales y la internet para obtener educación universitaria formal, educación continua con especialistas y telemedicina, entre otras aplicaciones para hacer más justo y universal el acceso a educación.
Perdón si pongo la pandemia como ejemplo, a pesar de los defectos que se le hayan encontrado a la educación virtual, pero de no ser por ella los resultados del forzoso receso educativo habrían sido peores en todo el planeta, no solo en nuestro país.
Tomando lo mejor de ambos temas, las neurociencias y las ciencias del comportamiento ayudan a comprender por qué actuamos de la forma que lo hacemos y cómo esto condiciona nuestra capacidad de aprender, desaprender y reaprender.
Gracias a la ciencia, mucha gente que antaño estaba condenada a la exclusión del sistema educativo y de la vida social, en el peor de los extremos, son parte activa de los sistemas educativos y las sociedades con un alto grado de éxito. Pueblos con acceso más justo y pertinente a la educación son pueblos más educados y poseen mayores oportunidades de vivir en paz.
Una gran aportación de las ciencias de la salud, de la producción de alimentos, de la ecología, de las ciencias de la vida y de la educación se presenta en el enfoque de “Una sola salud” (One Health), que busca luchar contra los agentes zoonóticos con potencial de producir gran morbilidad o mortalidad, al mismo tiempo que trabaja denodadamente para reducir los perjuicios de la resistencia a los antimicrobianos y las enfermedades transmitidas por los alimentos, con los consecuentes efectos en la salud de las poblaciones y los sistemas sociales y económicos de los países.
Misión de la ciencia
En lo visto hasta ahora se ve reflejada la ciencia como base y catalizadora del conocimiento y su aplicación en nuevas técnicas y tecnologías. Es casi incuestionable que quienes se dedican a la investigación, la enseñanza y la difusión de la ciencia lo hacen siempre con la mirada puesta en mejores condiciones de vida para los demás.
Podemos asegurar que de forma directa e indirecta su fin es la paz. Como lo expresé al inicio, quienes por medio de la ciencia colaboran con la sociedad también ayudan a la consecución de los ODS 2030, quizás no para esa fecha —cosa casi imposible, para ser sinceros—, pero sí para el futuro más temprano posible.
Tal vez falte que las voces científicas se hagan escuchar más fuerte y decididamente en los ámbitos donde se toman las decisiones para que sus descubrimientos e invenciones sean utilizados en favor del bienestar de la gente, del ambiente, del planeta en general. No obstante, quienes dedican sus vidas a la ciencia ven cómo, en ocasiones, los resultados de sus trabajos son desdeñados sin reparo por mentes obtusas, sin importar el bienestar público; incluso, en casos extremos, hasta son utilizados con fines gravemente destructivos.
No puedo dilapidar la oportunidad de hacer énfasis en que, sin la apropiada inversión en educación universal de calidad, difícilmente tendremos buenos científicos y buena ciencia; por tanto, será casi imposible pensar en el desarrollo de las grandes mayorías de forma equitativa y justa, que lleve a la más anhelada consecuencia, que es la paz. Pero para que la ciencia y la tecnología deriven en paz, deben ir aparejadas de las humanidades, las artes y de todo aquello que nos acerque al buen ser y el buen estar: el buen vivir.
No es posible cerrar este texto sin citar a Louis Pasteur (1822-1895): “Estoy absolutamente convencido de que la ciencia y la paz triunfan sobre la ignorancia y la guerra, que las naciones se unirán a la larga, no para destruir sino para edificar, y que el futuro pertenece a aquellos que han hecho mucho por el bien de la humanidad”.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.