Hace poco más de dos años migré desde Costa Rica hacia una nueva vida en Inglaterra. Subí al avión con el corazón hecho un nudo, dejando atrás el Valle Central que me vio crecer. No era un viaje de estudios ni un intercambio temporal, como lo había hecho en dos ocasiones durante mis veintes. Esta era una partida sin fecha de regreso con un contrato laboral en mano.
En Europa, me preguntan a menudo: “¿Cómo dejaste el paraíso para venir a vivir acá?”. Y aunque cada quien define su propio paraíso, en mi caso, sí, dejé el mío. Lo hice porque quería comprender cómo las potencias científicas perciben a Latinoamérica, y aprender de primera mano cómo se hace ciencia en países que destinan entre el 2% y el 3% de su PIB a la investigación. Quería ampliar mi perspectiva. Lo que no sabía era todo lo que implicaría: hacer vida sola en una ciudad nueva, aprender a trabajar en inglés, adaptarme a una cultura organizacional muy diferente, y navegar barreras invisibles y visibles que pocas veces se mencionan.
Un ejemplo de esto es que en el centro de investigación donde trabajo somos más de 700 personas, y el 80% son británicas. Un día, al presentar un informe al equipo directivo, miré alrededor y noté que era la única persona: sin pasaporte británico, no europea, no “blanca” (el famoso término “white”, que se usa acá para agrupar étnicamente a la población). La única persona que no hablaba inglés como lengua materna y que pasó por un proceso migratorio para obtener una visa laboral. La única del continente americano, latina y, por supuesto, la única mujer joven.
¿Cuántas barreras tuve que derribar para ocupar esa silla? Muchas. Demasiadas, diría yo. Sin embargo, esta nueva experiencia –la de no parecerme a nadie en la sala de reuniones– ha despertado en mí a una profesional resiliente que no conocía hasta hoy.
Yo no me fui porque ya no creyera en Costa Rica. De hecho, creo tanto en su talento que en 2021 escribí un artículo de opinión sobre por qué ya no creía en la “fuga de cerebros”. Unos años y maletas después, puedo decir: mi cerebro no se fugó, se está formando y absorbiendo nuevas perspectivas para aportar más y mejor. No obstante, también es cierto que han pasado cuatro años desde aquel artículo y el país sigue sin tener políticas claras para aprovechar el capital humano de su diáspora, es decir, de costarricenses que –como yo– viven y trabajan en el exterior.
Cada vez se vuelve más necesario que el Estado costarricense diseñe planes de retorno que favorezcan la reinserción de la diáspora sin romper vínculos con los países que nos acogieron, facilitando así futuras colaboraciones. Asimismo, es crucial fortalecer los vínculos entre la diáspora y tomadores de decisión, aprovechando las misiones diplomáticas costarricenses como puente para canalizar el conocimiento de compatriotas en el exterior en la búsqueda de soluciones a los desafíos nacionales.
A lo largo de mi vida he aprendido que avanzar requiere abrirse a nuevas perspectivas, absorber técnicas de otros contextos y, sobre todo, construir redes internacionales que crean en tu talento y te impulsen a crecer. Esa lección aplica también al desarrollo del país: necesitamos exponernos a lo mejor del mundo cada vez que podamos y traer un poco de vuelta. Pero, necesitamos también que las instituciones nacionales sean receptivas a esta innovación.
En días pasados y hasta hoy domingo, por ejemplo, se presenta en el Teatro Melico Salazar el musical “In the heights” liderado y protagonizado por Silvia Baltodano, una costarricense extraordinaria que se formó en teatro musical en Londres y que hoy está transformando la manera en que se produce arte en el país.
Mirando hacia atrás, puedo decir que dejé Costa Rica, pero ni Costa Rica ni Latinoamérica me han dejado un solo día. Están en mí cuando se me iluminan los ojos si alguien me pregunta de dónde vengo. Están en mi forma de saludar, en mis gustos al cocinar y en cómo me empeño por replicar aquí la calidez que tanto nos define. Después de todo, soy hija de la familia costarricense que es solidaria, amable, y amorosa, y me considero millonaria por haber nacido y crecido en su seno.
Así como yo, hay miles de costarricenses construyendo futuro por el mundo, con un ojo puesto en el país que nos ha acogido y el otro siempre mirando hacia nuestra querida patria. A todos aquellos costarricenses que nos abrieron camino, mi admiración total. A todos aquellos que nos esperan de regreso, mi gratitud total por ser el hogar al que siempre podemos volver.
mariaestelijarquin@gmail.com
María Estelí Jarquín es experta en diplomacia científica.
