El propósito de este artículo no es reñir con quienes creen en la pseudociencias ni con quienes afirman haber sido abducidos por seres extraterrestres o los que no descartan la existencia de la Atlántida o ponen su fe en cristales de cualidades que estiman mágicas.
Carl Sagan llamó a todo eso la ciencia pop, tal como la cultura del mismo nombre. Me corresponde mencionar un tema recurrente y serio, presente en todas las esferas e instituciones humanas. Sobra decir que a mayor jerarquía mayor daño se puede causar y, por ende, ocasionar más preocupación concomitante.
Escrito de la manera más sencilla posible, el efecto Dunning-Kruger es una distorsión del pensamiento que podría sintetizarse de la siguiente manera: las personas tontas se creen más inteligentes de lo que son y las personas inteligentes se creen más tontas. O quizás sería más exacto decir: las personas ignorantes están seguras de que saben mucho y quienes saben mucho se sienten ignorantes.
Este curioso efecto fue descubierto por David Dunning y Justin Kruger, investigadores norteamericanos de la Universidad Cornell (Ithaca, Nueva York). El primero era profesor de Sicología y un día leyó una noticia que lo dejó perplejo. Se trataba del caso de un robo cometido por una persona de 44 años, llamada McArthur Wheeler. El reporte decía que había atracado dos bancos, sin máscara y a plena luz del día. Fue capturado en apenas un par de horas por la Policía.
Lo que llamó la atención de Dunning fue la explicación del ladrón sobre su método para cometer los asaltos, pues indicó que no había usado ninguna máscara, pero que sí se había untado jugo de limón en la cara. Esperaba que esto lo hiciera invisible a las cámaras de seguridad.
Tontedad. ¿Cómo el asaltante llegó a esa creencia tan estúpida? Unos amigos le habían “enseñado” el truco y él lo había verificado: se había aplicado jugo de limón y luego él mismo se había tomado una fotografía. Pudo comprobar que su rostro no salía en ella y se pensó invisible, cuando en realidad el limón impidió que enfocara su rostro y lo hizo hacia el techo.
El profesor David Dunning partió de una simple pregunta: ¿Cómo alguien puede ser tan tonto? Después de largas cavilaciones acerca de la conducta del ladrón, Dunning se formuló una interrogante que serviría como hipótesis para su posterior investigación: ¿Podría ser que un incompetente no sea consciente de su propia incompetencia precisamente por eso? La pregunta parecía un trabalenguas, pero tenía sentido.
Fue entonces cuando le propuso a su mejor discípulo, el joven Justin Kruger, hacer una investigación formal al respecto. Fue así como organizaron un grupo de voluntarios para llevar a cabo un experimento. A cada uno de los participantes se le preguntó qué tan eficiente se consideraba en tres áreas: gramática, razonamiento lógico y humor.
Después se les sometió a un test para evaluar su competencia en cada uno de esos ámbitos. Los resultados del experimento confirmaron lo que ya sospechaban Dunning y Kruger. Efectivamente, los sujetos que se definían como “muy competentes” en cada área obtuvieron los menores puntajes en las pruebas. Al contrario, quienes se habían infravalorado inicialmente consiguieron los mejores resultados.
Es muy común ver a las personas que hablan con aparente autoridad sobre temas que conocen muy superficialmente. Al mismo tiempo, lo usual es que los verdaderos expertos no sean tan categóricos en sus afirmaciones y sean más propensos a dudar y a generar más preguntas que respuestas porque son conscientes de lo vasto que es el conocimiento y lo difícil que es aseverar algo con total certeza.
Sesgo. Los organizadores de este estudio no solamente notaron que existía este sesgo cognitivo, sino que, además, se dieron cuenta de que las personas más incompetentes tendían a subestimar a los más competentes. Por lo tanto, se mostraban mucho más seguros y eran arrogantes, pese a su ignorancia. O, quizás, precisamente debido a ella.
Después de realizado el experimento, los investigadores llegaron a las cuatro conclusiones que componen el efecto Dunning-Kruger: Las personas se muestran incapaces de reconocer su propia incompetencia. Tienden a no poder reconocer la competencia de las demás personas. No son capaces de tomar consciencia hasta qué punto son incompetentes en un ámbito determinado. Si son entrenados para incrementar su competencia, serán capaces de reconocer y aceptar su incompetencia previa.
Las personas con un alto desempeño también presentaron el sesgo cognitivo. En este caso, los investigadores establecieron que lo que se producía era un error de percepción conocido como “falso consenso”. Dicho error consiste en que esos sujetos tienden a sobrestimar el grado de acuerdo con los demás, ya que la inteligencia generalmente va a acompañada de una buena fe epistemológica de la cual carecen los menos dotados a quienes solo les interesa ganar una discusión.
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Algo parecido pasa con las personas que tienen un alto desempeño en una actividad. Para ellos es tan fácil realizarla que no ven motivo para sospechar que la mayoría de las personas no lo puedan hacer igual de bien que ellos.
Como colofón, puedo testificar que esta distorsión cognitiva existe, he aprendido a fingir que no me veo apretujado por inmensos egos en espacios no tan reducidos.
El autor es abogado.