Las elecciones generales españolas de este domingo no solo son fundamentales para el futuro de ese país, sino también para el de Europa.
Si el primer ministro socialista Pedro Sánchez sufre una derrota, es probable que el partido Vox, de extrema derecha, deje de ser visto como un grupo de demagogos de las afueras y pase a formar parte del poder legislativo. Y si, algo previsto por muchos, Vox y el Partido Popular (PP) forman un gobierno de coalición, será el fin de la larga aversión española a los políticos de extrema derecha que persiste desde la muerte del generalísimo Francisco Franco, en 1975.
Si Vox pasa a formar parte del gobierno español, su espeluznante agenda hipernacionalista, anti-LGBTQ, antifeminista y antimigrantes empujará a Europa un paso más hacia el abismo de derecha. La capitulación de los conservadores de centroderecha españoles —que tradicionalmente rechazaron alianzas con la extrema derecha, pero ahora están desesperados por volver al poder— ante Vox reverberaría en todo el continente, especialmente, teniendo en cuenta que España acaba de asumir la presidencia del Consejo de la Unión Europea.
Esta alineación entre los conservadores y los partidos de extrema derecha españoles llevó a una campaña electoral dominada por las batallas culturales. La escabrosa propaganda de Vox demonizó a los migrantes, gais y feministas, y presentó a Sánchez y su partido como enemigos del Estado.
Isabel Díaz Ayuso, presidenta del PP de Madrid, tildó a sus rivales políticos de “comunistas”. En un intento por evocar memorias de la violencia anticlerical que sufrió toda España antes y durante la guerra civil, llegó incluso a acusar a la oposición de querer quemar iglesias católicas.
La respuesta de Sánchez fue caracterizar estas elecciones, que llegan después de una pobre actuación del Partido Socialista en los comicios locales y regionales de mayo, como una batalla existencial por el futuro de la democracia española. Y, en los últimos días de campaña, el ex primer ministro socialista José Luis Rodríguez Zapatero redobló la apuesta, afirmó que “la centroderecha ya no existe”, solo la extrema derecha, y que cuando los dirigentes del PP abandonaron el centro “se salieron del mapa”. Ayuso ya respondió a esos ataques de manera similar: “Cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien”.
Además de apuntar contra los derechos civiles, los derechistas españoles buscan rechazar la autonomía regional. Vox propone desde hace años la prohibición de los partidos nacionalistas catalán y vasco, y hay un verdadero riesgo de que, después de años de relativa calma bajo el liderazgo de Sánchez, resurjan en una España dividida los movimientos separatistas y secesionistas.
El trasfondo
La adopción de las batallas culturales de la derecha es una estrategia deliberada para ocultar la amenaza que representan sus políticas económicas neoliberales a la calidad de vida y la equidad social. La agenda del PP, un calco de las estrategias de Reagan y Thatcher, busca abolir el impuesto actual a la riqueza, recortar drásticamente el impuesto a los ingresos personales, privatizar los servicios públicos y reducir la seguridad social. Cuando la ex primera ministra británica Liz Truss intentó poner en funcionamiento una anticuada agenda similar en el 2022, estuvo cerca de causar el desplome de la economía de su país.
Al mismo tiempo, el foco del PP en las batallas culturales busca distraer la atención de los logros económicos y la agenda verde de Sánchez y su coalición. Desde que asumió el cargo en el 2018, el gobierno de Sánchez logró avances significativos en la reducción de los elevados niveles de desigualdad y pobreza en España.
Además, Sánchez negoció un acuerdo salarial para estabilizar la inflación, con el apoyo tanto de los sindicatos como de los empleadores, con un aumento salarial del 4 % en el 2023 y el 3 % en el 2024 y 2025; y actualmente el país tiene la mayor tasa de crecimiento y una de las menores tasas de inflación de la zona del euro.
En caso de ser reelegido, Sánchez se centrará en la vivienda, que percibe como “la gran causa nacional” española para la próxima década. Propuso además nuevas garantías para la atención sanitaria, que incluyen un tiempo máximo de espera de 60 días para las consultas de pacientes externos y 15 días para la atención psicológica de los adolescentes y niños menores de 15 años.
En todo el continente
España dista de ser el único país europeo donde el avance de la extrema derecha constituye una amenaza: en todo el continente su creciente popularidad llevó a que otros partidos, antes moderados, adoptaran posturas extremas.
En Alemania, Alternative für Deutschland, el partido nativista que gana espacio en las encuestas, está empujando a la Unión Demócrata Cristiana y a su hermana bávara, la Unión Demócrata Cristiana, cada vez más hacia la derecha. Y, en Finlandia, el ultraconservador Partido de los Finlandeses creó un gobierno de coalición con la centroderecha, obligándola a propugnar duras políticas antimigratorias.
En otros países de Europa occidental se nota un patrón similar, desde Suecia hasta Austria, que podría surgir en las elecciones del Parlamento Europeo el año que viene. Y, por supuesto, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, está más a la derecha que cualquier otro líder de ese país desde Benito Mussolini.
La creciente simbiosis entre los movimientos de extrema derecha europeos cuenta con el apoyo de adinerados aliados en Estados Unidos. En setiembre del 2022, los representantes de 16 partidos nativistas europeos —entre ellos, el partido gobernante de Polonia, Ley y Justicia; los populistas eslovacos liderados por el ex primer ministro Robert Fico; y el movimiento de extrema derecha del ex primer ministro esloveno Janez Jansa— se reunieron en Miami para la Conferencia del Nacionalismo Conservador, donde el orador principal fue el gobernador de Florida, Ron DeSantis, candidato presidencial republicano e imitador de Donald Trump.
La conferencia de Florida se asemejó llamativamente a otra cumbre de la extrema derecha organizada por el mismo grupo y llevada a cabo en el Grand Hotel Plaza de Roma, en febrero del 2020, justo antes de la pandemia de covid-19. En busca de una alternativa de extrema derecha al encuentro del Foro Económico Mundial en Davos, los asistentes promovieron el nacionalismo, la tradición y la familia nuclear como bastiones contra los intentos “globalistas” por destruir a los países europeos y sus respectivas culturas.
Durante esa reunión, Meloni esbozó su agenda, que terminó resonando entre los votantes italianos, de “defender la identidad nacional y la propia existencia del Estado nación como la única forma de salvaguardar la soberanía y libertad del pueblo”.
Irónicamente, cada uno de los miembros de esta inverosímil coalición mundial de antiglobalistas asegura que defiende la herencia cultural única de su país y su deseo de liberarse de los enredos internacionales, usando simultáneamente una retórica xenófoba idéntica, del “nosotros contra ellos” para alimentar los miedos nativistas.
Pasaron 175 años desde que Carlos Marx presagió que un fantasma acecharía a Europa. No es, sin embargo, el fantasma del comunismo, como esperaba Marx, sino el del nacionalismo populista. El resultado de las elecciones españolas puede poner de relieve la gravedad y urgencia de esa amenaza.
Gordon Brown, ex primer ministro del Reino Unido, es presidente del Equipo de Dirección de La Educación No Puede Esperar.
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