Las tecnologías disruptivas rara vez son bienvenidas por los trabajadores u otros actores con interés en mantener las cosas como están. La innovación exige adaptación, y la adaptación es costosa. La resistencia a las tecnologías revolucionarias de quienes tienen profesiones que les dan poder ha sido un factor importante de los períodos del pasado en que ha habido un estancamiento del crecimiento.
Como era de prever, el entusiasmo inicial por la inteligencia artificial generativa, tras el lanzamiento de ChatGPT el año pasado, ha dado paso a temores de que vaya creciendo el desempleo en profesiones relacionadas con la tecnología.
No hay nadie que espere que la disrupción que cause la IA sea menor. Según Goldman Sachs, “la IA generativa podría sustituir hasta un cuarto del trabajo actual” en Europa y Estados Unidos, y las profesiones administrativas y legales estarán más expuestas que aquellas que exigen un alto nivel de esfuerzo físico, como los sectores de la reparación y el mantenimiento.
La IA ya puede producir textos, videos e imágenes indistinguibles de contenidos creados por seres humanos. Es mucho mejor que los humanos en cualquier tarea que implique reconocer patrones, y es cada vez mejor en la toma de decisiones básicas en muchos dominios (por ejemplo, al responder a consultas de servicio al cliente).
La historia da pistas sobre cómo podría ser la reacción contra la IA, aunque algunos paralelos son más útiles que otros. La analogía más común son los luditas, que reaccionaron a la industrialización de principios del siglo XIX en Inglaterra destruyendo las máquinas.
Pero no es una comparación idónea, porque la IA es una herramienta digital indestructible. De manera similar, es improbable que la IA resucite los sindicatos, nacidos de la industrialización, porque afecta principalmente empleos calificados, más que a los trabajadores de las cadenas de montaje.
Para encontrar una comparación histórica adecuada conviene ir más atrás, a la Edad Media. cuando poderosos gremios especializados (asociaciones de abogados, notarios, artesanos, amanuenses, pintores, escultores, músicos, médicos, etc.) regulaban las profesiones calificadas en toda Europa.
Si bien los gremios beneficiaban a la sociedad al supervisar la calidad de los productos y certificar a quienes ejercían estas profesiones, su principal finalidad era proteger y enriquecer a sus miembros mediante la exclusión de la competencia. Esta monopolización generó grandes utilidades con las que las élites políticas se enriquecían a costa de los consumidores. “Una conspiración contra el pueblo”, en palabras de Adam Smith.
Primero bloqueo a la innovación
Por lo general, los gremios eran conservadores a la hora de integrar innovaciones. Aunque promovieron un ambiente favorable al cambio tecnológico a través de la especialización técnica, el ascenso social del artesanado y las rentas monopólicas, se resistieron a la adopción de nuevos aparatos y productos, prohibieron que sus miembros adoptaran nuevos procesos y boicotearon productos y trabajadores de lugares en que se usaban técnicas prohibidas. En respuesta a las peticiones de los gremios, los gobernantes locales a menudo aprobaron leyes que bloqueaban la innovación.
La imprenta es un buen ejemplo. Inventada en 1440, su uso no se generalizó hasta el siglo dieciocho, debido a la obstrucción de los gremios de los amanuenses. De manera similar, en la ciudad alemana de Colonia del siglo quince, los maestros del gremio de los torcedores de lino prohibieron las ruedas torcedoras de tracción equina por temor a que los caballos reemplazaran sus empleos.
Pero con eso no quiero decir que los gremios fueran enemigos de la tecnología. Si bien se oponían con fiereza a las innovaciones que reemplazaran mano de obra, por lo general estaban abiertos a aquellas que la optimizaran al ahorrar capital de trabajo y mejorar la calidad.
Hoy día, muchos de quienes se sienten amenazados por la IA generativa —como abogados, médicos o arquitectos— se encuentran organizados en asociaciones profesionales que, de hecho, descienden de los antiguos gremios. En Europa especialmente, estas organizaciones todavía restringen la competencia al imponer barreras de entrada, fijar tarifas profesionales, establecer estándares de calidad, limitar el uso de la publicidad y otras medidas.
Es posible que en el futuro varias profesiones hagan un frente común para controlar la IA a través de reglas generales sobre regulación de datos, estándares éticos o impuestos al capital. Sin embargo, probablemente las reacciones más intensas se confinen a profesiones específicas, dadas los diferentes niveles de amenaza que implica la automatización de una a otra profesión.
Al igual que los gremios medievales, es probable que los grupos profesionales recurran a políticos afines y presionen por normativas que controlen la IA. Idealmente, estas iniciativas orientarán la tecnología hacia un mejor uso de la fuerza de trabajo, en lugar de su reemplazo.
Más aún, algunas profesiones se vigilarán a sí mismas, por ejemplo, estableciendo nuevos estándares para las interacciones entre clientes y la IA, prohibiendo la automatización de ciertas tareas por razones éticas o limitando el acceso de ciertos datos del cliente por motivos de privacidad, con lo que frenarían el potencial de aprendizaje de la tecnología.
Los médicos bien podrían insistir en que se les diera la última palabra en el diagnóstico de enfermedades asistido por IA y los medios noticiosos reputados querrán comprobar la fiabilidad de los hechos reportados en artículos escritos por IA.
Grado de vulnerabilidad
Como siempre ha sido el caso, algunos miembros de una profesión determinada serán más vulnerables que otros. En la Edad Media, los maestros más acaudalados ejercían el mayor nivel de influencia sobre las autoridades, y solían formular políticas que iban en su propio beneficio, en lugar del de todos los miembros del gremio.
Hoy, los socios de un gabinete jurídico aceptarán con los brazos abiertos una automatización que les permita reducir costos de tareas realizadas por miembros más jóvenes (como escribir contratos estándar o buscar precedentes legales), siempre y cuando puedan conservar las tareas de alto valor añadido que realizan ellos mismos.
Algunos países estarán mucho más expuestos a una reacción al estilo de los gremios medievales. En Europa, los gremios desaparecieron formalmente después de la Revolución francesa, cuando los gobernantes se vieron bajo presión para establecer sociedades más igualitarias y destrabar la industrialización. No obstante, la mentalidad corporativa ha sobrevivido a lo ancho y largo del continente, como se ve en la persistente sobrerregulación del sector de los servicios. En contraste, Estados Unidos no tiene un historial de gremios similar.
Para destrabar todo el potencial de la IA, las autoridades y los innovadores por igual deberían promover usos que eleven, en vez de suprimir, la capacidad de acción humana. Si la IA se ve más como una amenaza que como una fuente de empoderamiento, los grupos de presión (lobbies) organizados retrasarán o incluso frustrarán su adopción en muchos sectores.
La lenta propagación de la imprenta es un recordatorio que habría que considerar. En su apresuramiento por abrirnos al futuro, los desarrolladores de IA deben prestar atención a las lecciones del pasado.
Edoardo Campanella, investigador sénior del Centro para los Negocios y el Gobierno the Mossavar-Rahmani de la Escuela Kennedy de Harvard.
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