Hay imágenes —fotografías, videos, pinturas— que encierran misterios. Cuanto más las veo y escudriño detalles que a primera vista son nítidos, más apilo preguntas que nunca podré responder. Termino atenazado por la soledad de las dudas.
Entonces, uno dice: ¿Qué habrá pasado con el hombre que en 1989 enfrentó, solitario y con apenas dos bolsas de mercado en la mano, una columna de tanques que, en Pekín, venían a reprimir violentamente la protesta de los estudiantes por órdenes del gobierno? ¿Habrá sido tomado prisionero o llegó a su casa y retomó su vida diaria sin mayor incidente?
Entonces, uno dice: ¿Qué habrá pasado con el hombre que en pleno régimen de la Alemania nazi posa sonriente, esvástica en su brazo, a la par de una pila de libros quemados, orgulloso de su obra? ¿Habrá caído en la guerra mundial pocos años después o murió plácidamente, décadas después, como cualquier abuelito? ¿A cuántas personas delató, humilló, persiguió y mató?
Entonces, uno dice: ¿Qué habrá pasado con la mujer soldado soviética que, rifle en mano y en medio de la terrible batalla de Kursk de 1943 (hasta hoy el enfrentamiento de tanques blindados más grande de la historia) apunta hacia algo desconocido? ¿Sobrevivió? ¿Fue herida, capturada, logró rehacer su vida? ¿Mató a su blanco?
Y uno dice: ¿Quiénes serían los anónimos soldados franceses que en la pintura del gran Goya sobre los fusilamientos del 2 de mayo de 1808 ajustician, sin rostro alguno, a un grupo de españoles durante la invasión francesa ordenada por Napoléon Bonaparte? ¿Les habrá importado jalar el gatillo?
Y uno dice: ¿Quién sería el guerrero que en una estela maya de hace más de mil quinientos años, cabizbajo, rodillas al suelo y con los brazos atados, espera resignado su sacrificio mientras el sacerdote, o el rey (no estoy seguro), blande un cuchillo de obsidiana que pondrá fin a su vida? ¿Qué nombre tendría, maldeciría su suerte o, más bien, pensaría que culminaba su destino?
Para la mente pragmática, estas (y otras) preguntas son inútiles. Es invertir neuronas en nada útil. Pero, desde otro ángulo, quizá más contemplativo, me gustaría argumentar que no son una perdedera de tiempo: ayudan a pensar sobre mi propia ética de comportamiento ante situaciones extremas. ¿Sería víctima o victimario?, ¿cruel, indiferente o generoso?, ¿enfrentaría el peligro o dejaría, sin más, todo tirado?
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.