En los últimos 18 meses, el futuro ha tomado un lugar preponderante en las agendas de varios países, laboratorios de ideas y universidades. Si tomamos como referencia las redes sociales, la temática se ha situado en el «top ten» de los motores de búsqueda.
No debería sorprendernos, porque a lo largo de la historia, cuando la humanidad ha afrontado acontecimientos de grandes proporciones, guerras mundiales o regionales, pandemias o desastres naturales, hay una reacción durante y después a preocuparse por el porvenir. Prácticas de vida cambian y otras formas de convivencia y producción retornan unos años después. Es la memoria a corto plazo.
Este tipo de vivencias despiertan nuestra consciencia en la fragilidad de nuestra relación con el universo. No tenemos control sobre el mañana. Es una dosis de realismo para reparar en la relevancia de que convirtamos la reflexión sobre el futuro y sus posibilidades en un hábito individual y colectivo, es decir, en parte de las deliberaciones en nuestras escuelas, colegios, universidades, iglesias, y también en la meditación personal.
La práctica de visualizarnos en lo que aún no ha ocurrido se conoce como anticipación. Es la capacidad de ver el futuro como un espacio de posibilidades y no como algo determinado. Decía el personaje la Ancestral, de la película «Doctor Strange», que nadie puede ver el futuro, solo sus posibilidades, las cuales surgen a partir de las decisiones que tomamos o dejamos de tomar en el presente.
Nuestra capacidad de imaginación nos permite dibujar futuros posibles, y de esa manera anticipar las consecuencias, o cuando menos prepararnos para que sus efectos negativos sean menos. Es una capacidad exclusiva del ser humano, pero se ha perdido con el paso del tiempo y las supuestas comodidades que brinda la tecnología.
Es verdad que debemos desarrollarnos y aprender a relacionarnos con algo que no existe, dice el prospectivista y profesor en la Universidad de Hawái Jim Dator, quien plantea la primera ley para quienes somos aprendices en el estudio del futuro: «El futuro no puede predecirse porque no existe». Lo que debemos aprender es a hallar sus posibilidades.
El interés por aprender a relacionarnos con el porvenir ha tomado fuerza gracias al impulso dado por la Unesco a la alfabetización para el futuro. Según esta propuesta, así como las personas aprenden matemáticas, español, ciencias, etc., también son capaces de desarrollar sistemas para la anticipación de alternativas futuras, para prevenir situaciones catastróficas y crear condiciones deseadas.
Analicemos algunas de las problemáticas presentes en los países menos desarrollados, en instituciones, organizaciones, familias y personas, y llegaremos a la conclusión de que reprobamos en materia de habilidad para la anticipación.
Pensemos en tantos miles que viven ahogados en deudas debido al uso desmedido de las tarjetas de crédito. Es una muestra de una débil o nula educación financiera, aunque esa educación sea esencial porque es como manejamos un recurso limitado, nada fácil de ganar para satisfacer nuestras necesidades en el presente y el futuro.
Si profundizamos más, constataríamos que consumimos muchos productos —algunos de los cuales no son indispensables—, con dinero que aún no ganamos. La anticipación debería conducirnos a priorizar gastos y, consecuentemente, nuestro futuro será diferente.
Es fácil caer en la trampa de «vivir este día como si fuera el último», porque para viajar se piden préstamos; o se compran autos, equipos u otras cosas para las cuales no hay ahorro, y el único respaldo es la expectativa de recibir un salario.
Pensar en el día a día es muy promovido y forma parte de la cultura de mucha gente. Precisamente, al respecto, alerta la alfabetización para el futuro.
Pero llegará el día en que habrá que pagar la tarjeta, se vence la hipoteca, habrá que enterrar a un ser querido u otra contingencia para la cual no existe ahorro. No es distinto para los países: las deudas nacionales tienen plazo y también los aguinaldos y la rendición de cuentas.
La situación es reversible, pero debemos volver la mirada hacia los niños y adolescentes, a quienes las generaciones mayores debemos apoyar y ayudar a potenciar sus habilidades.
Acompáñenme por un momento a imaginar un futuro diferente: corre el año 2040, los estudiantes reciben desde preescolar educación financiera y vial, entrenan el pensamiento disruptivo y la capacidad de anticipar. Han tomado al futuro como aliado y este opera a su favor.
A lo anterior se suma el aprovechamiento de la inteligencia artificial, la globalización y una humanidad orientada hacia el bien común y la atención de los problemas mundiales desde lo local.
En ese supuesto futuro al que hago alusión, se dio el impulso necesario para transformar el modo de relacionarse con el porvenir. Un cambio en el sistema educativo se tradujo en seres humanos menos estresados y sin deudas, en menos improvisación en la toma de decisiones y más sistemas de alerta.
No es una utopía sino una reflexión realizada después de estudiar diez de los sistemas de educación a la vanguardia en el mundo. Escuelas y colegios en donde los exámenes memorísticos dieron paso a la formulación y ejecución de proyectos estudiantiles, donde el egoísmo tradicional fue abandonado.
La alfabetización sobre el futuro, institucionalizada en el sistema educativo, nos ofrecería las condiciones para pensar en el mañana y sus posibilidades para los niños de hoy.
El autor es docente en la UNA y la UCR.