En la vida política las primaveras no siempre florecen. Extraída del vocabulario de la alternancia de las estaciones del año, esa alegoría ha designado los movimientos sociales que originan respiros democráticos en medio de tiranías, vistas en esta metáfora como largos inviernos de los pueblos.
Su primera expresión nació probablemente en la Checoslovaquia de 1968 que, por pocos meses, pareció reconciliar las formas democráticas y el socialismo imperante. Terminó ese impulso bajo el crujido metálico de tanques rusos. Quedó solo su memoria como la Primavera de Praga.
La Primavera Árabe comenzó en el invierno del 2010. Multitudinarias manifestaciones en el norte de África depusieron regímenes dictatoriales e iniciaron procesos democráticos. Arrancó en Túnez y el movimiento se extendió, como reguero de pólvora, por 13 países árabes. También, hélas, esos fuegos se fueron, poco a poco, apagando, sobre todo a partir de un golpe militar en Egipto tres años después.
En abril del 2018, un inmenso movimiento popular clamó por un cambio de régimen en Nicaragua. Muchos lo consideraron una primavera democrática. También ahí el movimiento fue aplastado. Tal vez por eso recelo en llamar primavera a los acontecimientos despertados por los resultados sorpresivos de la primera ronda de las elecciones presidenciales en Guatemala, cuando un candidato inusitado obtuvo el segundo lugar en los comicios con derecho a pasar a la segunda ronda.
Se trata de Bernardo Arévalo, candidato del Movimiento Semilla, a quien apenas tres días antes las encuestas ponían en octavo lugar, con apenas un 2,9 % de la intención de voto. Y la escogencia de Arévalo fue solo una de las sorpresas. La otra fue que más ciudadanos anularon o dejaron su voto en blanco que los que se decantaron por una opción. Claramente, la ciudadanía se apropió del sufragio como instrumento de protesta contra el fallido ejercicio de su democracia.
Retomar el camino
Paralelo al repudio de las instituciones electorales, también pusieron de forma inaudita un candidato insólito para la siguiente ronda. Bernardo Arévalo es hijo del primer presidente elegido democráticamente en la historia de Guatemala, en 1944. Su padre, Juan José Arévalo, comenzó un proceso pacífico y moderado de transformaciones sociales, sobre todo agrarias y laborales, que fue truncado diez años después, en 1954, con el golpe de Estado que dio inicio a la larga noche oscura de dictaduras y guerra civil. Su hijo podría retomar, ahora, aquel camino interrumpido.
El Movimiento Semilla, que él representa, nació en setiembre del 2015, también en otra primavera fallida. Un masivo movimiento cívico había depuesto al entonces presidente Otto Pérez Molina, por acusaciones de corrupción. Pero esa primavera no floreció. Su sucesor, Jimmy Morales, no cambió nada. Sin embargo, de aquellas marchas nació Semilla, como grupo de reflexión política de intelectuales y académicos que luego se convirtió en partido minoritario.
Si Arévalo llegó hasta los comicios, fue solo porque se deslizó por debajo del radar del statu quo institucional, dada su notoria debilidad en intención de votos. En efecto, el Tribunal Supremo Electoral fue celoso en ir suprimiendo candidaturas cuando eran percibidas como amenazas al establishment y cuando no eran parte del grupo de alianzas del poder.
Primero el Registro de Ciudadanos, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad fueron sucesivamente negando o suprimiendo varias inscripciones de candidaturas. Ese fue el caso de Thelma Cabrera, dirigente indígena. No era particularmente amenazante, pero su plataforma social le daba un peligroso margen de crecimiento. Ahí era, tal vez, ideológica la razón de cerrarle el paso. No así con otro candidato suprimido, Carlos Pineda.
El empresario se había ganado el favor popular a punta de tiktoks y era puntero en las encuestas. A él también se le atravesó el caballo de la judicialización de la contienda y su candidatura fue suprimida. Esta vez, posiblemente, por no ser parte de la misma argolla.
El favorito
El pasaje de Bernardo Arévalo a la segunda ronda despertó los peores instintos antidemocráticos de partidos e instituciones. Empezó una guerra contra su candidatura que, en vez de aplastarlo, lo catapultó como favorito. Varios partidos impugnaron los resultados y exigieron una revisión de las actas de las mesas electorales, lo cual no varió los resultados, pero tampoco desarmó a sus oponentes judiciales.
En vísperas de su nombramiento oficial como candidato a la segunda ronda, la Fiscalía Especial contra la Impunidad pidió que se suprimiera la inscripción del Movimiento Semilla. Tampoco ese lawfare dio resultado, aunque se mantiene abierto el proceso penal.
Cada movimiento contra la candidatura de Arévalo levantó reacciones democráticas defensivas de la sociedad civil y de la comunidad internacional. Se multiplicaron manifestaciones de apoyo al respeto de la votación emitida y el nombre de Bernardo Arévalo, prácticamente desconocido antes de los comicios, recorrió el país de boca en boca. Se convirtió así en una figura emblemática y representante de la posibilidad de un cambio.
Semejante exposición pública sería imposible de cuantificar en términos de costos publicitarios. De forma paralela, su candidatura se tradujo en el imaginario colectivo como la esperanza de un enfrentamiento contra la corrupción.
Con esa cobertura y simbolismo, no es de extrañar que las primeras encuestas serias de Guatemala lo coloquen ya como ganador de la contienda del 20 de agosto. Su victoria es casi un hecho. Sería otro tipo de primavera. Pero el tinglado institucional controlado por fuerzas hostiles y una escasa representación legislativa ponen empedrada y cuesta arriba su jornada. Queda en el tintero de la historia si prevalecerá contra un invierno prematuro que ya le aguarda.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.