Cuando trato el tema del crecimiento económico en los cursos que imparto en la universidad, una preocupación de mis estudiantes es entender de qué depende que un país crezca significativamente y de forma sostenida e inclusiva. Pretendo hoy ayudar a responder la pregunta.
Comienzo mis lecciones sobre la materia indicando que existe un creciente grado de acuerdo entre economistas y responsables de políticas, principalmente en el mundo desarrollado, acerca de que, junto con la acumulación de capitales físico y humano, la innovación tecnológica (en especial, en investigación y desarrollo o I+D) explican en buena parte las trayectorias de desarrollo seguidas por los países a lo largo del tiempo.
Son estas actividades las que impulsan la productividad (cantidad de bienes y servicios producidos por trabajador) y, por ende, un mayor crecimiento económico (aumenta el tamaño del pastel).
Casi la mitad de las diferencias en las tasas de crecimiento de la producción por habitante (PIB per cápita) entre países, se debe a la productividad y, además, la inversión en actividades dedicadas a I+D (innovación, por ejemplo) explica hasta un 75 % de las desigualdades en las tasas de crecimiento de la productividad.
Países como China, la India y Corea del Sur, gracias a las numerosas inversiones en actividades de innovación —las cuales incrementan la productividad—, disfrutan de un crecimiento económico alto y sostenido. De hecho, la evidencia empírica muestra que más de tres cuartas partes del crecimiento en estos países se debe a la innovación y la productividad.
Destinar recursos a la investigación y el desarrollo
Ahora bien, una pregunta lógica que formulan los estudiantes: ¿Qué debe darse primero: ser un país rico para invertir en I+D o invertir en innovación para crecer de forma alta y sostenida?
Desde inicios del presente siglo, se acumula cada día más evidencia empírica que muestra que la causalidad entre innovación, productividad y crecimiento es en este orden. Es decir, la inversión en I+D explica en buena medida el crecimiento de la productividad y no al revés, y que es gracias a la subida de la productividad que se logra un mayor crecimiento económico. En otras palabras, las inversiones en I+D son un insumo crítico para el crecimiento a largo plazo y no un “lujo’' que pueden darse solamente los países más ricos.
En adición a lo anterior, también se sabe que invertir en I+D tiene un efecto sustancial en el desarrollo de la capacidad doméstica para absorber conocimientos e imitar los descubrimientos llevados a cabo en otros países.
La idea detrás de esta afirmación es que el conocimiento siempre posee componentes tácitos, es decir, que no se pueden codificar en manuales y libros de textos, y son aún más difíciles de adquirir sin haber llevado a cabo cierto nivel mínimo de investigación directa previa.
Es por medio de la participación en actividades de I+D que un país en vías de desarrollo, como Costa Rica, adquiere el conocimiento tácito y puede más fácilmente asimilar y entender los descubrimientos de aquellos países que están en la frontera tecnológica.
Dicho de otro modo, la I+D no solamente permite la generación de conocimiento nuevo, sino que provee la “capacidad de absorción” necesaria mediante la cual el conocimiento tácito existente es adoptado y utilizado eficientemente por los productores nacionales (v. g. proveedores de empresas multinacionales, estas últimas en la frontera del conocimiento).
En síntesis, la evidencia empírica es enfática en señalar que ningún país puede darse el lujo de dejar de invertir en innovación (en I+D, en particular) bajo el supuesto de que el conocimiento tecnológico es libre y fácilmente accesible para todos.
Diagnóstico sobre innovación en Costa Rica
Cabe preguntarse cómo está Costa Rica en materia de innovación. Los resultados de los últimos años no son muy halagadores. Veamos. Según el Informe global sobre innovación 2023, Costa Rica descendió en su posición relativa en materia de innovación durante los últimos años.
En efecto, en el índice global, de la posición 56 de 132 países en el año 2020, bajamos a la posición 68 en el 2022. Es decir, una caída de 12 escalones. Asimismo, en materia de productos innovadores, en lugar de subir en la clasificación mundial, descendimos 20 posiciones: del lugar 51 en el 2020 al 71 en el 2022.
Lo más preocupante es que esta tendencia no es de corto plazo. Si comparamos nuestro desempeño innovador con el promedio de América Latina y de la OCDE durante los últimos veinte años (2000 versus 2020), vemos que la tendencia hacia el deterioro es de larga data y no estamos actuando del todo, como si nada estuviera pasando. Eso sí, seguimos preguntándonos qué hacer para crecer más.
Veamos algunos otros números, sin el propósito de ser exhaustivo. En primer lugar, entre los años 2010 y 2020, Costa Rica mostró una gran caída en la inversión en I+D con respecto al PIB (un 19 %), al pasar del 0,48 % al 0,39 %. Esta situación aumenta la brecha en relación con el promedio de América Latina y la OCDE.
En segundo lugar, hubo una caída en la dotación de investigadores por habitante en el mismo período (382 investigadores por millón de personas en el 2010 contra 345 en el 2020).
En tercer lugar, se redujo el coeficiente de invención (técnicamente, significa que Costa Rica produce menos conocimiento productivo que antes).
En cuarto lugar, se produjo una merma en la atracción de inversión extranjera directa (IED) con respecto al PIB (un 5,06 % en el 2010 frente al 3,38 % en el 2020); y, en quinto lugar, una baja en las exportaciones de alta tecnología (un 45,4 % en el 2010 en contraste con un 15,6 % en el 2020).
Claramente, los indicadores anteriores prueban que las políticas en materia de innovación no son suficientes para empezar a cerrar las brechas en tecnología e innovación con países más avanzados, y, por ende, en materia de productividad y crecimiento.
Ante estos resultados, surge otra pregunta: ¿Por qué nos está pasando esto? En mi opinión, se debe a la falta de voluntad política, la cual está quizás asociada al hecho de que las políticas en innovación (especialmente en I+D) no dan frutos a corto plazo, sino que, en muchos casos, la cosecha ocurre en el término de tres o cuatro años después de la inversión inicial. Todo lo cual hace que las autoridades den prioridad a cosas necesarias para crecer, pero no suficientes (p. ej. estabilidad macroeconómica), en detrimento de la inversión en innovación.
Espero que algún día nuestros gobernantes entiendan que sin inversión en actividades de innovación no habrá incrementos en la productividad y sin estos no hay posibilidad de crecimiento económico alto y sostenido (i. e., más bienes y servicios con los cuales satisfacer más necesidades). Tampoco habrá crecimiento inclusivo, pero este es un tema que trataré en otro artículo.
El autor es economista, presidente de la Academia de Centroamérica.