Lo sucedido en estos últimos meses en Ucrania (igual que la anexión rusa de Crimea y su incursión en el este de Ucrania en el 2014, la invasión estadounidense de Irak en el 2003 y la larga guerra por intermediarios en Siria) refuta la afirmación de que las armas nucleares evitan guerras.
La disuasión nuclear puede impedir una guerra directa entre potencias nucleares y que las guerras por intermediarios se extiendan al Atlántico norte o al Pacífico. Pero es igualmente posible que la disuasión nuclear haya sido causa de guerras y fuente de impunidad para líderes nacionales.
Está claro que las armas nucleares no impidieron a Rusia lanzar una guerra de agresión contra Ucrania. Por el contrario, el presidente Vladímir Putin usa la amenaza nuclear como un escudo para cometer crímenes de guerra —y tal vez contra la humanidad— flagrantes, graves y sistemáticos.
Más de una vez una potencia nuclear ha ido a la guerra contra un país no nuclearizado. La creencia errónea de que Irak había desarrollado armas nucleares, químicas y biológicas llevó a Estados Unidos y a sus aliados a invadirlo, contra la voluntad del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El resultado fue una catástrofe humanitaria y dos décadas de inseguridad en la región y el resto del mundo. El Tratado de No Proliferación (NPT, por sus siglas en inglés), al sostener que la división de los países entre nuclearizados y no nuclearizados debe mantenerse a toda costa, ofreció cierta cobertura a las acciones mencionadas, así como a los ataques sobre presuntas instalaciones nucleares en Irak, Irán y Siria.
El poder de las naciones
Algunos dicen que la existencia de armas nucleares evitó conflictos entre las grandes potencias y, por lo tanto, una tercera guerra mundial. Pero eso es pasar por alto las incontables guerras por intermediarios en África, Asia y América Latina durante toda la Guerra Fría y después, cuando la Unión Soviética —y luego Rusia— y China daban armas a uno de los lados y Estados Unidos o sus aliados al otro.
Laos, cuyos agricultores recuperaron hace poco el uso de sus campos, tras décadas de sufrir los efectos letales de las bombas sin explotar que quedaron de tiempos de la guerra de Vietnam, no pudo evitar el conflicto entre grandes potencias.
Para guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses y salvadoreños que luchan por crear una comunidad libre de violencia aterradora, la ausencia de una guerra entre grandes potencias no fue otra cosa que muerte y destrucción delegadas.
Además, la definición del concepto de gran potencia es borrosa. Politólogos y expertos en política exterior llevan mucho tiempo debatiendo sobre el mejor modo de medir el poder de las naciones.
Según el US News & World Report, los países más poderosos del mundo “son aquellos que aparecen la mayor parte del tiempo en las noticias, que preocupan a los encargados de la formulación de políticas y que influyen en las pautas económicas mundiales”.
De acuerdo con este indicador, la publicación señala que las diez potencias principales son (en orden descendente): Estados Unidos, China, Rusia, Alemania, el Reino Unido, Japón, Francia, Corea del Sur, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Es digno de destacar que ahora mismo una coalición liderada por Arabia Saudita y los EAU (con apoyo de Estados Unidos) combate en Yemen contra fuerzas respaldadas por Irán.
Voces de alerta
La entrada en vigor del NPT en 1970 no impidió que cuatro países más (la India, Pakistán, Corea del Norte e Israel) hayan obtenido armas nucleares, y que otros lo sigan intentando.
Por eso, en el 2007, los exsecretarios de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger y George Shultz, el exsecretario de Defensa William Perry y el exsenador Sam Nunn escribieron un comentario en el Wall Street Journal donde pidieron “un mundo libre de armas nucleares”.
Casi dos décadas después del final de la Guerra Fría, los autores advirtieron del peligro implícito en un mundo con treinta o más potencias nucleares y concluyeron que confiar en las armas nucleares como forma de disuadir guerras se estaba volviendo “cada vez más peligroso y menos eficaz”.
En el 2013, el gobierno noruego organizó un congreso sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares; fue la primera reunión intergubernamental dedicada a examinar cómo inciden estas armas en la gente y el planeta.
Los oradores describieron los efectos (hasta la segunda y tercera generación) de las detonaciones de armas nucleares, que no solo obligaron a la gente a sobrevivir la experiencia de un millar de soles en explosión, sino que también destruyeron sus intentos de formar familias, reconstruir sus vidas y llevarlas adelante con cierto sentido de dignidad y normalidad, habiendo padecido el uso o la experimentación de armas nucleares.
Ya es hora
Posteriores congresos humanitarios en México y Austria sirvieron para demostrar de qué manera la disuasión nuclear también destruye vidas. (Una reunión similar se está celebrando ahora mismo en Viena).
La disuasión nuclear exige demostraciones de capacidad nuclear, y estas han tenido consecuencias devastadoras sobre las personas y comunidades afectadas en Australia, las islas del Pacífico, la estepa centroasiática, Estados Unidos, el norte de África y el desierto de Taklamakan en China.
Las armas nucleares, como todas las de destrucción masiva, no se pueden usar dentro de los límites del derecho bélico. Felizmente, los mismos esfuerzos decididos que casi pusieron fin al uso de minas terrestres y bombas de racimo dieron lugar a la entrada en vigor en enero del 2021 del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPNW, por sus siglas en inglés).
El TPNW, único tratado que declara ilegal el uso o la amenaza de uso de armas nucleares, fue resultado de esfuerzos de todos los países que vieron su seguridad destruida por décadas de guerras por intermediarios entre potencias nucleares.
Fue aprobado por 122 países y constituye un reconocimiento de la aplicabilidad del derecho bélico a todos los Estados, sin importar el arsenal que posean.
Armas pensadas para asesinar civiles en masa, aterrorizar al mundo y permitir que crímenes de guerra sigan impunes no pueden seguir siendo un medio para “evitar guerras”.
Otro legado de la agresión de Putin en Ucrania y de sus amenazas de usar armas nucleares será renovar el impulso para librar al mundo de esas armas.
Anne-Marie Slaughter, exdirectora de planificación de políticas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, es directora ejecutiva del centro de estudios New America y profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.
Susi Snyder es coordinadora para el sector financiero de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares.
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