Detrás de cada estructura idiomática cabe una Weltanschauung. En español sería la visión de mundo, la cual nos refleja tanto como el espejo nuestro.
Las destacadas Yolanda Oreamuno y Carmen Naranjo —curiosamente de origen cartaginés— nos retrataron bisturí literario en mano. A partir de cantidad de fórmulas verbales que repetimos, dándoles vueltas estamos sacándonos un selfi o autorretrato. Queremos que perdure, pero acordémonos también de Narciso, que se ahogó.
De la primera, nos queda la disección psicológica acerca del “ambiente”. Por lo visto, perdura desde hace casi un siglo, nos persigue y condicionaría como una nube alrededor y, cómo no, lo rechazamos como exterior, allí donde lo tenemos en el puritico corazón.
De la segunda, con fruición volvería a leer sus Cinco temas en busca de un pensador. Demuestra que frasecitas tan aparentemente anodinas, repetidas hasta el cansancio, nos retratan, como el “allí vamos”, el “qué le vamos a hacer, “a mi qué me importa” (que algunos abrevian como “portamí”), “de por sí” y el “idiay”.
Siguió el omnipresente tuanis, ahora cabizbajo, pero la cosecha del “pura vida” parece inagotable. En vano luchó don Alberto Cañas contra ese comodín mexicano de hace medio siglo, sacado de una escena fílmica entre borrachos. Ahora, al procurar la perpetuación de ello como “puro tico” ¡solo visualizamos una crasa ignorancia contextual!
Para Álvaro Cedeño, esa fórmula “la andamos vendiendo como virtud, (pero) podría tener unos componentes de irresponsabilidad, de superficialidad, de escapismo de las situaciones complicadas”. En aras de darnos una imagen de “diferentes”, andamos recogiendo una florcita ajena como propia, única.
Pero, en una especie de cara y cruz de dos perspectivas divergentes y hasta opuestas, eso sí, complementarias, con dolor paso a la contraparte, en esta colaboración: es el “pura muerte”. Lo siento flotar al otro lado del río San Juan. En el quinto aniversario doloroso de la matanza de más de trescientos nicaragüenses por allá, siento el olor pétreo, putrefacto.
Ominoso golpe fue eso, que me perdonen, en sentido diacrónico, con otro vocablo en puro alemán es la Schuldfrage, la pregunta por la culpa. Refiero a un vocablo acuñado por Karl Jaspers, filósofo de allá, quien después de la estrepitosa derrota (por segunda vez) de sus compatriotas al haber incendiado el mundo se interrogó: “Pero ¿cómo llegamos a eso? ¿Dónde está nuestro pecado original?
Sin ser historiador, menos de nuestro vecino al norte, como meras pistas para probar la viabilidad de la “pregunta por la culpa” en el lindo país de lagos y volcanes, sugiero explorar varios caminos:
1. Desde el mero inicio, cuatro décadas antes de surgir —desde Nicaragua, por cierto— un país llamado Costa Rica, de un parto sumamente doloroso nació nuestro vecino del norte. Pedrarias, converso, se granjeó el calificativo de Furor Domini, como queda apellidado en crónicas de allá. Entre otros, mandó decapitar a su lugarteniente Hernández de Córdoba; siguió la debacle con los Ramírez, larga historia, documentada en historia y literatura.
2. William Walker no vino a Centroamérica por sí solo, sino invitado dentro del pleito entre las ciudades de León y Granada. Lo anterior provocó, entre otros, la centroamericanización del conflicto, la batalla de Rivas y la muerte de nuestro Juan Santamaría. Ellos también tienen su Emmanuel Mongalo, que quemó un mesón, pero no murió en combate.
3. No hay que haber leído el testimonio de Roberto Samcam Ruiz para sentir por todos lados lo que él califica como El calvario de Nicaragua (2022). La radicalización del régimen ahora contra todo estamento religioso y, a última hora, hasta el retiro del plácet al embajador de la Unión Europea han colmado el vaso.
Total, por un lado, una Costa Rica envuelta en un pura vida tan artificial como permanente y, por otro lado, al norte, drama demencial, demasiado real, pura muerte, con un sátrapa hundiéndose cada vez más en su propia felonía.
El autor es educador.