Desde la pandemia, la economía muestra un crecimiento sostenido que, de conseguirse el valor de producción previsto por el Banco Central, implicará una tasa promedio anual entre el 2021 y el 2023 del 3,8 %.
Se debe en mayor medida al positivo desempeño del sector más dinámico asociado a las exportaciones, principalmente en las zonas francas. Contrariamente, el resto, cuya producción está orientada al mercado interno, crece a un ritmo muy inferior.
Por otra parte, a pesar de la recuperación, no se ve un incremento significativo en las oportunidades de empleo. De hecho, según las cifras de la encuesta continua de empleo del primer trimestre del 2020 al primer trimestre del 2023, hay 110.072 personas menos en la categoría de ocupadas.
Crecemos, pero sin generar trabajo suficiente para reducir el desempleo (un 10,6 %), el subempleo (un 7 %) y la pobreza (un 23 %). Este grupo está conformado principalmente por mujeres, jóvenes de entre 15 y 24 años y hombres y mujeres con bajos niveles de educación.
Para empeorar las cosas, algunos analistas alertan sobre el reto que significa crear fuentes de empleo en un entorno donde las empresas, principalmente dedicadas a agricultura y manufactura, utilizan más la automatización y la inteligencia artificial, por lo que cada vez es más difícil encontrar empleo para ese grupo.
Servicios formales e informales
Analistas internacionales sugieren que los países en vías de desarrollo vuelvan los ojos a la mejora de la productividad de las empresas de servicios formales e informales para afrontar el desempleo actual y futuro.
Este campo es intensivo en mano de obra calificada y de baja calificación, y el más grande de estas economías. La idea puede parecer un poco descabellada, pues durante mucho tiempo se ha descrito a muchos servicios como actividades no transables (que no se comercializan internacionalmente), caracterizadas por baja productividad y bajos salarios, que responden principalmente a la demanda interna y ofrecen vías de crecimiento y desarrollo menos deseables en relación con el sector manufacturero. Una visión que fue reforzada por el desarrollo orientado hacia la exportación y dirigido por la manufactura en el sudeste asiático.
Afortunadamente, la transformación estructural en las últimas décadas en las economías desarrolladas y en desarrollo, producto de la revolución tecnológica y digital, desafía estas percepciones.
Los cambios estructurales amplían enormemente las oportunidades de empleo y reducen las brechas de productividad intersectoriales dentro de las economías y entre ellas. Hoy, los servicios se consideran determinantes de la productividad, la competitividad y el aumento del nivel de vida.
La capacidad de suministrar, acceder y exportar servicios eficientes, asequibles e innovadores es elemento central de las estrategias de desarrollo en varios países. De hecho, en un artículo anterior, señalé la importancia de los servicios digitales para la economía costarricense.
Gracias a la visión y a políticas apropiadas, somos el principal exportador per cápita de este tipo de servicios en América Latina y el Caribe.
Un estudio reciente de la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial sobre el papel de los servicios en el desarrollo señala que representan la mayor parte de la actividad económica mundial, generan más de dos tercios de la producción, emplean a la mayoría de los trabajadores y son la fuente de mayor creación de nuevos empleos, especialmente para mujeres y jóvenes.
En Costa Rica, los servicios dan el 67,3 % del empleo y en este sector opera el 91,7 % de las empresas formales. Además, el 67 % de los jóvenes ocupados lo está en servicios y el 81 % de las mujeres.
Baja productividad
Diversos informes de organismos internacionales advierten de que, salvo los servicios digitales, la productividad del resto es muy baja, en especial, servicios tradicionales como comercio, transporte y construcción.
La Academia de Centroamérica y la Fundación Konrad Adenauer analizaron el ecosistema emprendedor de Costa Rica y lo contrastaron con Finlandia, el País Vasco, Chile y Uruguay.
De acuerdo con el autor, Luis Rivera, el camino para incrementar la productividad y crear nuevas y mejores fuentes de empleo es diseñar un modelo de gestión avanzada.
El propósito del modelo es orientar a las empresas en la mejora de su gestión y competitividad, integrando conceptos como la gestión del conocimiento, calidad total, excelencia en la gestión, innovación y responsabilidad social empresarial, entre otras.
Generalmente, este modelo, con diversas variaciones y grados de adaptación, es promovido a través de las redes de los Centros de Desarrollo Empresarial o alianzas público-privadas para el fomento productivo.
La experiencia internacional plantea este instrumento como eje esencial para el apoyo de emprendimientos, como componente de una estructura de políticas de desarrollo productivo integrada, es decir, con especial atención en las nuevas empresas y las micros, pequeñas y medianas.
Este enfoque debe aplicarse a las empresas formales e informales. En ambos casos, parte del costo de la asistencia debe ser sufragada por las propias empresas para demostrar y mantener el interés. En el caso de las informales, además, deben comprometerse con un proceso de formalización.
Nueva organización
De acuerdo con el Programa Estado de la Nación, existen 37 entidades públicas relacionadas con el desarrollo productivo. No obstante, la evidencia empírica deja claro que no trabajan de forma coordinada atendiendo de manera sistémica las necesidades de las empresas, sino de forma desarticulada, en nichos separados.
Lo anterior, a pesar de que muchas de ellas participan en la Red de Apoyo a Pymes y Emprendedores y en el Consejo Asesor Mixto Pyme. De ahí, la importancia de contar con una instancia superior que coordine los esfuerzos: un consejo nacional de producción y competitividad, dirigido por la Casa Presidencial.
Es recomendable fortalecer algunos centros de desarrollo empresarial del MEIC con enfoque en el modelo de gestión avanzada, especializándolos en servicios, como un paso en la dirección correcta para apoyar la mejora de la productividad de las empresas y crear fuentes de empleo para mujeres, jóvenes y personas menos calificadas.
Como siempre, el diablo está en los detalles. Por ello, sugiero la lectura del estudio de Luis Rivera para entender cómo llevar a cabo la labor y alcanzar los objetivos, de acuerdo con las experiencias de Finlandia, el País Vasco, Chile y Uruguay, entre otras.
Claro está, políticas de más larga data, como la formación y capacitación de recursos humanos, deben seguir siendo una prioridad.
El autor es presidente de la Academia de Centroamérica.