Atrapado en una paradoja, el Colegio Técnico Profesional de Batán necesita de la lluvia para sus actividades agropecuarias, pero al mismo tiempo cruza los dedos para que sus desvencijados techos soporten los aguaceros.
Este centro educativo, construido hace 50 años y con una matrícula de 2.000 alumnos, arrastra una orden sanitaria de cierre desde el 2020, debido al deplorable estado en que se encuentran sus instalaciones.
La secundaria debe ser demolida, así de simple, porque ni servicios sanitarios sirven ni el sistema eléctrico ni las canoas. Además, las paredes de los salones de clase presentan fisuras.
¿Cómo puede fomentarse el aprendizaje y la excelencia académica en medio de tanta precariedad? ¿Cómo evitar que los estudiantes y docentes sientan que han sido abandonados por el Estado?
De hecho, las estaciones lluviosas pasan y el Ministerio de Educación Pública (MEP) ha sido incapaz de ejecutar una solución para aliviar las calamidades que se viven en el CPT de Batán.
Igual problema afecta a otras 100 instituciones que, aunque también tienen órdenes de cierre, no han logrado que la Dirección de Infraestructura Educativa del MEP diseñe un plan para ayudarlas.
En total, son 881 los centros educativos que requieren arreglos mayores o ser sustituidos por uno nuevo. Aunque la mayoría ya tienen un proyecto aprobado, están condenados a esperar durante años.
Los responsables alegan que los tiempos de espera son largos, debido a las dificultades para encontrar fondos, la falta de personal para atender tantos problemas y la interminable tramitomanía.
Son las mismas excusas de siempre, aquellas que los funcionarios suelen dar desde sus cómodos escritorios mientras muchos niños y jóvenes encaran serias desventajas en su proceso de formación.
El 7 de junio del 2022, el MEP anunció un plan para involucrar a municipalidades, empresas privadas y otros grupos de la sociedad en la transformación de 27 centros educativos con órdenes sanitarias.
Dos años después, la opinión pública desconoce si se trató de una mera ocurrencia para salir del paso, si la iniciativa se encuentra en marcha o si se hundió en las aguas profundas de la burocracia.
Nada nuevo en una administración que se caracteriza por el secretismo y la escasa ejecución de soluciones. De momento, habrá que pedir que llueva, pero poquito, para que no se mojen las ganas de estudiar.
El autor es jefe de información de La Nación.