Son tiempos desafiantes para la economía. El índice mensual de actividad económica se ha desacelerado con persistencia desde mediados del 2016, al igual que el crédito privado en los últimos 12 meses. El déficit fiscal y la deuda pública aumentan. La recaudación de impuestos baja, en buena parte por el menor dinamismo económico. Los tipos de interés están llamados a crecer porque lo hacen en el exterior y el gobierno los presiona aquí para financiarse. Los precios del petróleo y otras materias primas que importamos siguen al alza. Como resultado, el desempleo crece.
Por el lado positivo, la inflación está controlada. Las presiones sobre el tipo de cambio son leves. Las reservas internacionales han mejorado y la demanda ha crecido en nuestros principales mercados externos (Estados Unidos de primero). Sin embargo, la guerra comercial desatada por Trump podría dislocar el sistema internacional de comercio, con graves daños para todos.
Los dos mensajes clave de lo anterior son evidentes. Uno, de sobra conocido, es que la reforma fiscal debe aprobarse sin dilación, con medidas robustas e inteligentes en ingresos y egresos. No hacerlo garantiza el desastre. Otro, menos señalado, nos dice que urge impulsar el crecimiento económico. El problema es que, al aumentar la recaudación y bajar los gastos públicos, en lo inmediato habrá más desaceleración. ¿Qué hacer? La pregunta es económica; la respuesta, política:
Si echáramos a andar los proyectos de infraestructura pública ya financiados, inyectaríamos esteroides inmediatos —y no inflacionarios— a la actividad económica. Si agilizáramos con seriedad y prontitud los trámites para crear y operar empresas, facilitaríamos las inversiones y podríamos reducir la informalidad laboral. Si impulsáramos la competencia interna, mediante la eliminación de protecciones, subsidios y oligopolios, y la aplicación de reglas parejas a actividades similares, bajarían los precios y mejorarían la productividad y la competitividad.
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Ninguno de estos efectos será inmediato, pero sí rápidos y concatenados. Además, crearán mejores bases para avances más profundos y facilitarán la recuperación fiscal. Siempre tendremos que apretarnos la faja, pero, al menos, será una acción pasajera y mejor compartida.
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Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010–2014).