La historia, más que caprichosa, es teatral. Su mirada es atraída por la puesta en escena espectacular. Su visión se carga ahí de adrenalina, su memoria graba el instante traumático y actos secundarios se convierten en símbolos, como la toma de la Bastilla, que ya cumple su 234 aniversario. No importa que esa prisión de París estuviera casi vacía y que el asalto no encontrara resistencia. Tampoco, que no tuviera mayor influencia en el remolino de vaivenes de la Revolución francesa.
Entre silenciosos bastidores quedaron ocultos los procesos conceptuales que engendraron el doloroso parto del espectáculo histórico. Los cambios nacen de las ideas. La Bastilla fue un acto dentro de un largo recorrido aspiracional, mil veces interrumpido. Razón le asiste a doña Nelly, que me puntualizó que el cambio de época salió de Europa. La Ilustración fue su entelequia, como la semilla lo es al árbol. Efectivamente, las grandes reflexiones del liberalismo europeo fueron sus simientes.
Así llegaron a América y su primera germinación fue la Revolución americana. Con Lafayette, tropas francesas la devolvieron a Francia. Y ahí volvió a germinar. Porque si la ideología siembra, es la política la que transforma la vida social y marca los cambios de período. Aspiraciones de democracia política y justicia social inspiraron aquellas dramáticas jornadas, cuando los ideales de libertad, igualdad y fraternidad entraron en los remolinos de la historia. En el imaginario de la civilización, ese tablado quedó marcado con la toma de la Bastilla. Aún estamos insertos en la hegemonía cultural nacida entonces.
Como en aquellos tiempos, París arde de nuevo. Es apenas uno de los escenarios críticos de un mundo de agotamientos democráticos. La desigualdad se extiende, el autoritarismo crece, la política se asfixia de formalismos paralizantes, las sociedades se fragmentan, la geopolítica abandona el entendimiento y la guerra retorna.
¿Qué entelequia se agita en las entrañas del orbe? ¿Hacia dónde apuntan los surcos que se abren bajo nuestros pies? Los tiempos parecieran preñados de transformaciones que aún no sabemos vislumbrar. Tampoco lo sabían los parisinos cuando tomaron la Bastilla, el 14 de julio de 1789, cuando era apenas la primera chispa del incompleto escenario de una revolución inacabada.
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