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Robo a dos manos: Trump y Putin se reparten Ucrania

Es dando y dando, sí, pero es Ucrania la que da y da: le da a Putin y le da a Trump. Es una oferta terrible, pero es una oferta que Zelenski no tendrá más remedio que aceptar

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Lo estamos viendo pasar frente a nuestros propios ojos y, por mal que nos parezca, nadie hará nada por evitarlo. El mundo está entrando en una nueva era de “hard power” en la que los tibios avances del derecho internacional, de las convenciones y acuerdos, de las cortes internacionales y del respeto al derecho ajeno que vivimos desde la posguerra –que, sin duda, estaban lejos de ser perfectos– nuevamente dejarán su lugar al ejercicio descarnado del poder. Ya no hace falta ni guardar las apariencias y Ucrania podría ser uno de los primeros ejemplos.

Se trata de uno de esos países que representa un área de interés tanto para Rusia como para Occidente. Con sus 600.000 km2 y una población de 37 millones de habitantes, Ucrania es un país rico, “el granero de Europa”, con una sólida base industrial y una población educada. Además –y esto es importante para lo que está ocurriendo– Ucrania tiene grandes reservas minerales, incluyendo lo que se conoce como “tierras raras”, que son minerales esenciales en la producción de la creciente industria electrónica y la industria militar.

A fines de 2013, se dieron en Ucrania las llamadas protestas de Euromaidán contra la decisión del presidente Víctor Yanukóvich de rechazar el acuerdo de asociación con la Unión Europea. El presidente más bien estrechó sus vínculos con Moscú. Las protestas arreciaron y Yanukóvich terminó huyendo del país y siendo destituido por el Parlamento. Se convocó a elecciones; Volodimir Zelenski fue elegido como nuevo presidente de Ucrania y se retomaron las negociaciones con la Unión Europea. La tensión era palpable.

En febrero del 2014, Rusia ejecuta una primera invasión a Ucrania tomando el puerto de Crimea. Rápidamente, y luego de un supuesto referendo apoyando la invasión, Rusia formaliza la anexión de Crimea. Esto no fue poca cosa: Crimea tiene una superficie de unos 26.000 km² y una población de casi 2,5 millones de habitantes: fue como anexarse la mitad de Costa Rica. La comunidad internacional, como de costumbre, protestó y desconoció la legitimidad de la anexión, pero, en los hechos, nada cambió: Crimea pasó a ser parte de Rusia.

Ocho años después, en febrero de 2022, Rusia lanzó una ofensiva mayor contra Ucrania en la llamada guerra del Donbas. Aduciendo el peligro que representaba la creciente cercanía de Ucrania con Occidente y su intención de formar parte de la OTAN, Putin lanzó al Ejército ruso para anexarse importantes regiones fronterizas de Ucrania como Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, arguyendo que allí había también poblaciones prorrusas. Así, Rusia llegó a controlar unos 160.000 km² que representaban casi el 27% del territorio de Ucrania –unas tres Costa Ricas–.

Desde entonces, se ha vivido una intensa guerra con avances y retrocesos de ambas partes y con un trágico saldo tanto en términos de destrucción física como en la pérdida de vidas. Aunque es difícil saberlo con certeza, el Uppsala Conflict Data Program (UCDP), de Suecia, estima que entre 174.000 y 420.000 personas han muerto en estos tres años de guerra, muchos de ellos civiles. Unos diez millones de personas han tenido que huir de sus hogares y están hoy desplazadas dentro de Ucrania o en el extranjero.

En este trágico escenario, Ucrania ha recibido un apoyo fuerte –aunque insuficiente– tanto de los países europeos como de los Estados Unidos durante la administración Biden. Junto a los recursos propios y la valentía del Ejército ucraniano, este apoyo le ha permitido mantener viva, aunque frágil, la defensa de su territorio.

Enter Trump. El pasado 20 de enero, Donald Trump asumió como presidente de Estados Unidos. “En un solo día, yo acabaría con esa guerra”, había alardeado Trump en campaña. Algunos veían en esto otro exabrupto típico del magnate naranja. Otros, recordando la peculiar familiaridad de Trump con Putin y temiendo la evidente debilidad de una Europa que enfrenta sus propios fantasmas, veíamos el presagio de una paz trágica para Ucrania.

A ojos de Putin, Ucrania no solo representa un riesgo estratégico en términos geopolíticos y económicos, sino que forma parte de su narrativa de una “nueva Rusia” que sueña recuperar, paso a paso, muchos de los territorios perdidos tras la disolución de la Unión Soviética, y que hoy son países independientes.

A ojos de Estados Unidos, Ucrania y Europa han sido parte de sus aliados estratégicos en el balance de fuerzas internacionales y, en especial, frente a la real o supuesta amenaza rusa. Pero para Trump –no hace falta ni decirlo–, todo es un negocio: para él, todo trata del art of the deal. El mundo ha visto así cómo, en muy pocos días, el discurso y la política del gobierno de los Estados Unidos hacia Ucrania cambiaron radicalmente.

La paz que hoy se anuncia desde la Casa Blanca no es la paz que Ucrania buscaba, una paz digna que salvaguardara su integridad. La que se anuncia es la paz entre Putin y Trump. Para Ucrania, esta paz será más bien como un robo a dos manos. Por un lado, está lo que gana Putin con la paz: obligada por Trump, Ucrania tendrá que resignarse a perder buena parte de su territorio, que pasará a ser ahora territorio ruso. Igualmente, Trump apoyará a Putin en su demanda de que Ucrania no siga con su ruta de asociación a la Unión Europea ni, mucho menos, con su deseo de formar parte de la OTAN como una forma de defenderse del expansionismo ruso. Esa pelea ya la perdieron.

Pero eso no es todo lo que perderán. Trump le ofrecerá a Zelenski el apoyo de Estados Unidos para lograr que Putin acepte cesar la guerra y se conforme con solo una parte de Ucrania. Mas no será un apoyo gratuito. Ya lo ha dicho Trump con todas sus palabras: para recibir este apoyo, Ucrania deberá ceder a Estados Unidos la explotación de buena parte de sus riquezas minerales, especialmente de sus tierras raras, hoy tan apetecidas en la carrera tecnológica.

Es dando y dando, sí, pero es Ucrania la que da y da: le da a Putin y le da a Trump. Es una oferta terrible, pero es una oferta que Zelenski no tendrá más remedio que aceptar, aunque él y los ucranianos sepan que les están robando por partida doble. Es una oferta tan generosa como aquellas de don Corleone: una oferta que no se puede rechazar porque viene envuelta en la amenaza macabra. Si Zelenski y Ucrania no aceptan el doble robo, entonces la guerra seguirá, pero ya sin el apoyo de Estados Unidos. Así, lo perderían todo.

Es el nuevo mundo, uno que se parece mucho al viejo mundo del siglo XIX, un nuevo mundo en el que otra vez se vale recurrir al “hard power” para redefinir fronteras y reescribir –o violentar– acuerdos.

Y no soy ingenuo: la época del “soft power” que vivimos desde la posguerra estaba lejos de ser ejemplar. Fueron los años de la zanahoria y el garrote. América Latina ha vivido en ese mundo desde siempre. Hoy, sin embargo, estamos entrando en otra época: la del garrote y el garrote. Me pregunto cómo se sentirá vivir esto desde Europa.

leonardogarnier@gmail.com

Leonardo Garnier es economista y fue ministro de Educación de 2006 a 2014.

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