Alrededor del siglo IV a. C., en Atenas, varios gobernantes usaron el término democracia para referirse al voto popular en la elección del gobierno.
Platón, en su tratado La República, señala que ese sistema solo funcionaría como medio para lograr una sociedad justa, solidaria, pacífica y feliz si, en primer lugar, el pueblo votante tuviera muy claros los objetivos que deben orientar la gestión estatal, cuyo único propósito debe ser el bienestar, el desarrollo y la paz del pueblo.
En segundo lugar, que el pueblo contara con los medios idóneos para conocer y escoger a las personas más calificadas para el citado propósito. Si el voto popular no cumpliera con ambos requisitos, la democracia no sería garantía para alcanzar el bienestar generalizado, porque surgiría una plutocracia o algún grupo con ansias del dominio sobre el pueblo podría comprarlo, manipularlo o engañarlo.
En otras palabras, el antídoto o vacuna contra la demagogia y la tiranía es la información, la criticidad, la educación, la cultura.
Le doy la razón a Platón, pero, adicionalmente a la educación del pueblo, agregaría, como lo ha hecho nuestro país, algunas instituciones contraloras que ejerzan la vigilancia permanente sobre el gobierno, para que no pierda el rumbo en el cumplimiento de la Constitución Política y las normas.
Hemos vivido en democracia durante unos ochenta años. Pero ¿cuál ha sido el resultado del voto popular? Hace alrededor de cien años, en democracia, ocupamos lugares sobresalientes en cuanto a la alfabetización casi universal del pueblo, tuvimos el agua potable en casi todos los rincones nacionales, la energía limpia para todos, la infraestructura más o menos eficiente, una economía creciente y apropiadamente distribuida, y un país limpio y respetuoso de los recursos naturales.
También establecimos la Contraloría General de la República para que fiscalizara, con transparencia y eficiencia, la labor de los funcionarios según los mandatos constitucionales y los tratados internacionales, y creamos la Defensoría de los Habitantes para que se encargara de velar por el cumplimiento cabal de las tareas asignadas a los órganos estatales.
Pérdida de conquistas sociales
Desafortunadamente, muchos de esos logros fueron decayendo paulatinamente durante las últimas décadas. Nuestra democracia no ha hecho bien su tarea en cuanto al nombramiento de las personas más idóneas en los altos cargos de los distintos poderes de la República.
Algunas de ellas, carentes de las condiciones, son elegidas democráticamente, con los perjuicios que eso causa al instalar su clientela política en los cargos públicos. Y el pueblo, tranquilo y confiado, se durmió en sus laureles y no alzó la voz oportunamente cuando algunos grupos de poder tomaron al Estado para su propio beneficio.
Hoy, el sistema educativo no enseña apropiadamente, pero sus salarios y pensiones son de lujo; la CCSS no atiende y pone en peligro muchas vidas.
Los bancos públicos son asaltados a vista y paciencia de sus jerarcas estupendamente bien pagados, al igual que las instituciones financieras cuya vigilancia está en manos de funcionarios que extienden la mano para recibir el dinero, pero no actúan acorde con sus deberes, y a menudo son “obedientes” a los designios de los políticos del momento.
La Defensoría de los Habitantes perdió su impulso contralor y la Contraloría cumple cautelosamente su tarea, pero su vigilancia no es preventiva.
El Poder Judicial no resuelve miles o quizás millones de casos, y a menudo parece atender los deseos de grupos poderosos.
El Poder Legislativo no pone su empeño en mejorar el Estado de derecho. Y el pueblo, adormecido por los cantos de sirena del populismo y entretenido por las redes sociales con sus trivialidades, se hace el desentendido afirmando: “Yo no me meto en la sucia política”.
Parece que el vaticinio de Platón sobre la manipulación del pueblo para que aguante y calle se ha ido cumpliendo a medida que el pueblo se ha ido más y más desinformando y hoy carece de conocimiento, educación y cultura para entender la situación y remediarla.
Cumplimiento a medias
Nuestro presidente se percató del caótico estado en que se encuentra la cosa pública y aprovechó la ocasión para denunciarla ante el pueblo con la vehemencia y el lenguaje descriptivos adecuados al contexto popular, propio de los partidos de fútbol y las corridas de toros.
Ofreció “comerse la bronca”, poner orden en el Estado y echarlo a andar de conformidad con la Constitución Política y la normativa, y el pueblo creyó en él, posiblemente porque provenía de una entidad internacional que supone la idoneidad y la integridad de su personal, y no del seno de los partidos políticos que permitieron o causaron la degeneración social que vivimos.
Sin duda tiene razón: las instituciones autónomas nacionales requieren revisión: el ICE necesita de inmediato una planificación exhaustiva tanto en energía como en comunicaciones. Vemos que compra a Centroamérica energía fósil, cuando la empresa privada nacional la produce y podría producirla intensa y sosteniblemente a mejores precios, porque algunos partidos políticos que apoyan a los sindicatos se oponen a variar la normativa.
Las comunicaciones andan manga por hombro sin tomar medidas frente al futuro. Igualmente ocurre con Recope, el CNP y varias otras instituciones autónomas, incluidas algunas municipalidades. Y ni hablar del sistema educativo, que ni siquiera brinda la información que arrojan las pruebas PISA de la OCDE, que evalúan la eficacia y eficiencia de la inversión en ese campo.
Poder limitado, pero suficiente
Pero el presidente fue elegido para comerse la bronca solo en lo que atañe al Poder Ejecutivo.
En este ámbito, es cierto que ha mejorado la economía en algunos aspectos: la inflación bajó y la deuda no parece devorarnos, la red vial parece ir bien, como también alguna que otra institución pública que está bien orientada, pero la inseguridad sigue campeando, como el desempleo y la pobreza.
Respecto al fortalecimiento de los principios que deben orientar al voto popular para alcanzar los objetivos implícitos en el concepto de democracia, es decir, la educación que debe inspirar la decisión del voto, el presidente nos queda debiendo.
El presidente, que cuenta mayoritariamente con la aprobación del pueblo, no parece percatarse de que debiera aprovechar la oportunidad en los ámbitos que sí están a su alcance para llevar a cabo la rectificación prometida.
Su campo de acción es sumamente importante: con solo el antídoto o vacuna contra la corrupción, la demagogia y el populismo, se colocaría un ramillete de flores en el ojal.
Es el populismo lo que tiene sumido al Estado en la presente situación, y el presidente puede ponerle coto. Si realmente se comiera la bronca, o se pusiera la camiseta, en el campo educativo y cultural, nos permitiría rescatar al país de la desidia e ignorancia y se ubicaría en el más alto pedestal nacional.
Sería el presidente que supo administrar el antídoto adecuado contra el engaño y la tiranía que tienen sumidos en el desastre a muchos pueblos de nuestra América: la educación y la cultura. Condiciones, además, suficientes para el desarrollo nacional.
Aún tiene tiempo de ponerse la camiseta. Ojalá despierte de su sueño dogmático y mida con claridad sus posibilidades. Sería un estupendo legado.
joycezurcher@gmail.com
Joyce Zürcher Blen es filósofa.