No sé si se dieron cuenta, pero ahí les va la recapitulación, por si acaso. Luego de que España ganó la Copa Mundial de fútbol femenino, el presidente de la Federación de ese país le plantó un beso en la boca a una jugadora, acto presenciado por cientos de millones. Y, para más adorno, se agarró los genitales en plena celebración, a un metro de la reina española y su hija. Toda una clase de modales.
Lo más interesante fue lo que vino después. Empecemos por lo feo. Una vez que comenzaron las reacciones, el tipo sacó el libreto del machazo autócrata: primero, descalificó las protestas; cuando la bravata no acalló críticas, salió con un remedo de excusa (“quizá hice algo que ustedes percibieron como malo”). Cuando eso tampoco funcionó, pasó al ataque: dijo que era un beso consentido y que ella lo incitó. Como la jugadora lo desmintió, la amenazó con una denuncia penal. Y, para culminar, convocó una asamblea en la que gritó cinco veces “¡No dimito!”, con toda la chulería del “¿y qué?”.
La otra cara de la moneda fue la reacción social y política. Se generó una masiva corriente de acompañamiento a la jugadora, que rápidamente conformó un movimiento político en España —y fuera de ella— de denuncia de la situación y una avalancha exigiendo la renuncia del tipo. Un punto alto fue cuando las otras campeonas del mundo y una gran cantidad de futbolistas dijeron “hasta aquí”, y se negaron a seguir la Selección si el señor continuaba ahí. A tomar nota: nunca normalizar, nunca dejar solas a las víctimas.
El entremés cómico: las volteretas de los sicofantes. Cuando el tipo espetaba el “no dimito”, cientos de dirigentes lo aplaudieron. Daban argumentos amorales, como que “es un buen líder” y “nos llevó a un mundial”. Sin embargo, cuando la FIFA lo suspendió, pocas horas después, ellos mismos exigieron la renuncia y pontificaron sobre lo inaceptable de su comportamiento. Que habían aplaudido porque los engañaron... ¡Ujum!
El episodio es toda una lección de política. Sintetizo: líderes políticos sin contrapesos no reconocen límites, el poder justificará lo injustificable, la vigilancia ciudadana y el control institucional son indispensables, siempre hay sicofantes y ciudadanos que apoyarán al poderoso y, por supuesto, el patriarcado está vivo, pero ya no omnipotente. Cuando escribo, el tipo aún no dimite y su mamá está en huelga de hambre porque “pobrecito”.
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