El libro bíblico de Reyes relata que en una ocasión se presentaron dos mujeres ante el rey Salomón para dirimir una disputa acerca de la maternidad de un bebé.
Las dos mujeres, prostitutas para mayores señas, vivían juntas y dieron a luz con tres días de diferencia. Uno de los niños murió asfixiado bajo el peso de su madre mientras dormían, y ahora ambas mujeres decían ser la madre verdadera del niño vivo.
Cuenta la historia que, luego de escuchar los alegatos de las dos mujeres, el rey Salomón pidió que le trajeran una espada para partir al niño en dos y entregar una parte a cada una. Inmediatamente, una de las mujeres pidió a Salomón entregar el niño a la otra sin hacerle daño, mientras que la otra mujer aplaudía la decisión y decía, en sus palabras, ni la una ni la otra, mejor que lo partan y lo repartan.
La reacción de las mujeres permitió a Salomón determinar que la primera era la madre verdadera, y ordenó entonces entregarle el bebé vivo. De esta anécdota se deriva la expresión “decisión salomónica”, haciendo alusión a que se trata de una determinación que entraña mucha sabiduría.
En Costa Rica, lamentablemente, se le ha dado una interpretación casi literal al concepto de la decisión salomónica. Cuando se habla de ello, usualmente lo que viene a la mente es otra frase más vernácula: partir el ayote por la mitad.
Salomón nunca pretendió partir en dos al bebé. Él sabía que la madre verdadera estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para salvar la vida de su niño, aunque ello significara perderlo; de ahí que se le achaque una inmensa sabiduría. Partir el bebé en dos, es decir, matarlo para que cada madre recibiera una mitad, no hubiera resuelto el problema de ninguna.
No es lo mismo partir un ayote que un bebé. Partir el ayote por la mitad es no tomar partido, no comprometerse y, a la larga, no solucionar los problemas, dando “satisfacciones” apenas temporales y parciales a las partes en disputa. El verdadero sentido de la decisión salomónica no puede ser jamás ese. Por el contrario, es buscar la manera de resolver un problema asumiendo un compromiso firme con la solución.
Ejemplos a granel. En el ámbito de las políticas públicas, abundan los ejemplos de partiduras de ayote que se pretendieron pasar por decisiones salomónicas. No hace mucho escribí un artículo, “El sutil arte de patear el tarro” (9/11/2017), en el que critiqué acremente los acuerdos tomados por la mesa de diálogo de pensiones convocada por la Caja Costarricense de Seguro Social. En vez de adoptar las soluciones propuestas en múltiples estudios pagados con dinero de todos los costarricenses, la mesa de diálogo recomendó tomar algunas medidas cosméticas y contratar nuevos estudios para seguir en el palanganeo.
Aquí ni siquiera hubo partición del ayote; como el título del artículo lo sugiere, fue apenas patear la bola para adelante, con la esperanza de que alguien más la ataje y haga algo con ella dentro de cinco años. Pero revela una misma actitud: no comprometerse con la solución.
El debate fiscal está plagado de esa actitud dizque salomónica de partir el ayote por la mitad. Cuando uno analiza la evolución de los ingresos y los gastos del gobierno en los últimos 10 años, se da cuenta de que el gasto creció, como proporción del PIB, en 6 puntos porcentuales, mientras que los ingresos cayeron en poco menos de un punto. Ahí, tenemos explicada prácticamente la totalidad del hoyo fiscal.
Casi el 90 % del déficit que hoy tenemos se debió al incremento desmedido del gasto público. Por ello, he sostenido en diversas ocasiones que la solución al déficit debería venir, primordialmente, por el lado del recorte del gasto. Sin embargo, lo “salomónico” (a la tica) parece ser querer partir el ayote, y ni siquiera por la mitad. Los cuatro paquetes fiscales que nuestros políticos han impulsado en las últimas cuatro administraciones pretendían subir los impuestos para recaudar entre dos terceras partes y hasta un 90 % del ajuste fiscal propuesto, sin hacer grandes esfuerzos por recortar o tan siquiera contener el gasto.
Lo más triste es que esos políticos que defienden a capa y espada la necesidad de subir los impuestos, ni siquiera asumen el compromiso con la solución que tan candorosamente defienden. Ante un déficit que ya ronda el 7 %, no están dispuestos a respaldar reformas que recauden mucho más del 2 % del PIB, como la que se discute actualmente en la Asamblea.
Apoyos tibios. De igual manera, otros políticos que de la boca para afuera hablan de la necesidad de recortar el gasto antes de subir los impuestos —como en el chiste, primero tutunga, pero al final siempre matanga— no están dispuestos a recortar más que el gasto en viajes, galletas y licores y, con suerte, consultorías. Pero, si bien los abusos deben ser eliminados por una cuestión de ética y decencia, el impacto de esos rubros en el déficit es casi imperceptible.
Otro ejemplo de esta actitud, con lamentables efectos fiscales, se dio con el cierre de Bancrédito. El gobierno, en vez de comprometerse con la única solución factible al problema de la inviabilidad del Banco —su cierre ordenado pero definitivo— adoptó la poco salomónica decisión de partir, una vez más, el ayote por la mitad: cerrar las operaciones comerciales del Banco, quitándole así la única posibilidad que tenía de generar ingresos, pero manteniéndolo abierto pegado a un respirador artificial sin oxígeno.
Lo que iba a ser el enésimo intento por crear una banca de desarrollo terminó en la irresponsable inversión de ¢131.000 millones de dinero de todos los contribuyentes para sostener un animal moribundo, cuya salvación dependería de un proyecto de ley de transformación que el propio gobierno nunca promovió con la fuerza que uno hubiese esperado de quien supuestamente estaba comprometido con esa solución.
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El monto de dicha inversión, que el gobierno esperaba recuperar durante el mes de diciembre recién pasado, es muy similar al tamaño del hueco que Hacienda “se encontró” y que le dificultó hacer el pago oportuno de los salarios de la primera quincena de ese mes, obligando a las autoridades a hacer una colocación de emergencia en condiciones que se rumoran poco favorables para el Estado, pero de las cuales casi nada se sabe.
Esa actitud de no comprometerse con las soluciones reales a los problemas que nos aquejan, nos está matando. Es vital entender que, así como Salomón nunca pretendió matar al bebé ni partirlo por la mitad, las soluciones a los problemas demandan compromiso y decisión, y abandonar el palanganeo implícito en la muy nociva y poco salomónica actitud de partir el ayote por la mitad.