Esta es una época especial para los menores, tristemente no para todos, pues la violencia en los hogares aumenta y los niños son sus víctimas más invisibles. Informes de la Organización de las Naciones Unidas y la Unicef revelan cómo “el hogar y la familia son el ambiente más crítico para la ocurrencia de la violencia contra los menores de edad”. Niños y jóvenes en nuestro país, por tratarse de la época de vacaciones, pierden una esencial línea de defensa: los docentes y los orientadores.
La violencia contra ellos es más común en ambientes de “bajo riesgo” y se presenta frecuentemente en hogares donde los niños tienen menos edad.
En el espíritu de la frase “se necesita un pueblo para criar a un niño”, quisiera dimensionar la profundidad y consecuencias futuras de esta problemática reflejada en las más de 50.000 denuncias anuales que recibe el PANI. ¿Cuántos casos no se denuncian?
El estudio de la Unicef Behind Closed Doors: The Impact of Domestic Violence on Children, muestra cómo los niños que sufren violencia son más proclives a ser víctimas de abuso, presentan dificultades en el aprendizaje y en las habilidades sociales, tienden a tener una conducta violenta, de alto riesgo o incluso criminal, además de ser más propensos a la depresión, ansiedad severa, a la tendencia suicida, a caer en adicciones o en el embarazo adolescente.
Los que son “únicamente” testigos o víctimas indirectas de un estado familiar de violencia sufren las mismas secuelas que las víctimas directas, y en ambos casos en su adultez tendrán una propensión 15 veces mayor que sus pares a la violencia, como víctimas o como agresores. ¡Hay que romper este círculo de violencia intergeneracional!
En el 2014, y ante la magnitud del flagelo, el Copenhagen Consensus Center contrató a expertos la cuantificación (costos médicos y pérdida de ingreso) y concluyeron que anualmente representa $8 millones de millones, casi 8 veces más que lo erogado en guerras, así como una relación de muertes hogar vs. guerra de 9 a 1.
Podemos apoyar a estos menores con acciones muy sencillas: escuchar, creer y proteger al que pida ayuda. Más importante aún, acompañarle en buscar ayuda y romper el silencio. ¡Todos nuestros niños y jóvenes merecen vivir seguros en un entorno de amor y felicidad!