El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz 2018 a Denis Mukwege y Nadia Murad es un hito al hacer visible a las miles de mujeres que sufren violencia sexual y trata de personas, la nueva forma de esclavitud del siglo XXI.
Al ginecólogo congoleño Mukwege se le otorga por haber fundado el Hospital Panzi y haber atendido a más de 50.000 víctimas de violación, en un conflicto en el que cada hora son violadas 48 mujeres, algunas en su primera infancia.
Murad, de 25 años, la segunda persona más joven en recibir el premio, es una poderosa voz como testimonio del genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado Islámico (EI) en contra de su pueblo, los yazidíes, minoría religiosa en Irak.
En el 2014, militantes del EI mataron a los hombres de su aldea, Kocho, entre ellos a seis de sus hermanos, y a su madre, y se llevaron para adoctrinamiento a los niños y a las mujeres jóvenes como ella, en aquel entonces de 21 años, las raptaron para traficarlas como esclavas sexuales.
Luego de su escape, ya como embajadora de las Naciones Unidas, escribió: Yo seré la última. Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico. Murad cuenta las múltiples violaciones y los maltratos físicos sufridos, la indiferencia y la complicidad de los iraquíes y sirios, y la generosidad de la familia que la ayudó.
La violencia sexual como crimen es un concepto reciente, en una historia en la cual los ganadores veían a las mujeres como botín de guerra. Ejemplo de ello fue la ausencia de este crimen en juicios como los de Núremberg.
No fue hasta la década de 1990, debido a los genocidios en Ruanda y los Balcanes, que las detenciones y las violaciones sistemáticas se consideraron delito internacional.
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Gracias a activistas como Murad, en el 2017 el Consejo de Seguridad unánimemente aprobó establecer un equipo de apoyo a Irak para recopilar pruebas por actos del EI que puedan constituir crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio, un avance significativo, no obstante, omiso al no incluir a Siria.
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a ambos es el reconocimiento de la magnitud y gravedad de la violencia sexual como instrumento de guerra y la responsabilidad moral y jurídica de los órganos penales internacionales de garantizar justicia para las víctimas.