Existen muchas formas de ejercer el liderazgo. Mi preferida es con el ejemplo. Ese atributo es uno de los que más admiré en el santísimo papa Francisco; fue evidente desde su primera salida al balcón del Vaticano: su lenguaje corporal, su vestimenta sencilla y su llamado a que rezáramos por él, denotaban que se avecinaba un profundo cambio con el nuevo representante de Pedro. Luego siguieron muchas pruebas de ese cambio, como su cero tolerancia a la pedofilia.
Practicó la transparencia, la humildad y el amor por los más vulnerables, bien ganado el título de Papa de los pobres. Sus últimos días, pese a su debilidad, los compartió en varias ocasiones con los fieles en la plaza de San Pedro y, mientras pudo, no omitió el ritual de lavarles los pies a hombres y mujeres en prisión.
Su muerte, luego de la celebración de la Pascua en el Domingo de Resurrección, cuyo significado es la esperanza, refuerza el que fuera su último mensaje Urbi et Orbi desde la basílica de San Pedro. Debido a su frágil estado, fue leído por el maestro de las celebraciones.
En pocas hojas, el mensaje aborda los grandes desafíos que enfrenta la humanidad y su preocupación por ellos: los conflictos bélicos en Ucrania, Oriente Medio, Yemen y varios países de África y el creciente antisemitismo; su dolor por la violencia incluso en el seno de las familias y cuyas mayores víctimas son mujeres y niños. Por último, recriminó el gran desprecio existente en contra de los débiles, los marginados y los migrantes.
Si bien jesuita, su mensaje fue franciscano, al hacer un llamado a sembrar amor allí donde haya odio; luz donde haya oscuridad; verdad donde haya mentira (un tema actual por las noticias falsas y la desinformación) y perdón donde haya sed de revancha.
Líderes mundiales, muchos de ellos en cargos políticos, se reunieron en el Vaticano para sus honras fúnebres. A ellos también les dejó un sólido mensaje: “No ceder a la lógica del miedo, buscar alternativas para derrotar el hambre, usar todos los recursos a su alcance en favor de los más vulnerables y promover el desarrollo”.
Gracias, santísimo padre, por 12 años de lucha por derribar barreras y conformar una iglesia más inclusiva, de unidad y de diálogo incluso con otras religiones, y de un amor profundo por la humanidad.
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Nuria Marín Raventós es politóloga.